Los desheredados de siempre

CARBALLO

12 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

ara solis

El pasado jueves el mercado de Carballo hervía. Muchos agricultores que venden los frutos de sus huertas bramaban contra el nuevo decreto de la Xunta que regula la venta directa de los productos agroalimentarios. Algunos afectados se sentían, obviamente, desorientados y náufragos en un nuevo mar normativo que les viene a complicar la vida, poco menos que un gran nubarrón que oscurece su existencia y su futuro más inmediato. La sensación de inseguridad era absoluta. Sin analizar exhaustivamente la nueva norma, su acierto o justicia estricta, lo cierto es que es necesario que los productos hortícolas sometidos a la venta pública gocen de garantías sanitarias adecuadas y, al mismo tiempo, que el que realiza una actividad económica ha de ser supervisado por las Administraciones públicas como los demás sectores, salvo aquellos que logran esquivar la estructura del Estado y navegar en los negocios sumergidos, algo por otra parte muy habitual para disgusto de Cristóbal Montoro y perjuicio de todos los demás ciudadanos que cumplen con su obligación de pagar impuestos. No les falta razón, no obstante, a los afectados y no les falta porque son tratados con grandes dosis de injusticia con respecto a otros productores que sí tienen más posibilidades de acceder al conocimiento de los cambios normativos, a las nuevas opciones de mercado y todos los cursos que uno se puede imaginar. En ningún concello de la Costa da Morte se han preocupado, a pesar de que la mayoría dispone de departamentos de promoción económica, desarrollo local o similares, de preparar una charla, una sesión informativa, un taller, un obradoiro o como quieran llamarlo para informar a los cultivadores de lechugas, tomates o patatas sobre los cambios en la ley, las posibilidades de ponerse al día en el registro que establece la Xunta y demás exigencias administrativas actuales. Hay sesiones de todo tipo, muchas de ellas financiadas con recursos procedentes de Bruselas: encuentros para hosteleros, iniciativas para el comercio electrónico, asesoramiento para escaparatismo o elaboración de menús con los productos más exóticos de nuestro litoral. Hay munícipes que no duermen porque no saben qué hacer para ganar el contento de los comerciantes, promoviendo campañas, ferias, mercados multisectoriales y toda suerte de actividades para mantener el pulso de la actividad económica local. Cada dos por tres, los cocineros de más prestigio de la comarca, cuando no de la provincia, dirigen sesiones para elevar el nivel de la gastronomía local. Y hacen bien. Ojo, que uno no quita lo otro. Sin embargo, los productores de lechuga tienen que seguir entregados a su suerte, a la soledad del sacho, ante una situación que los abruma, que les abre el suelo ante sus pies sin una solución ni una voz amiga que acuda en su auxilio para asesorarlos sobre cómo pueden salir del embrollo y mirar la nueva reglamentación de la Xunta como una oportunidad en vez de una penuria más en sus vidas de dilatados trabajos. Los concellos pueden intervenir de forma decidida en el desarrollo de sus aldeas. Tienen muchas oportunidades. Los pequeños productores agrarios podían tener un futuro fácil y enriquecedor si tuviesen las mismas facilidades que otros sectores, más activos a la hora de tirarle de la levita a los que mandan. El rural se muere y no recibe mimos, pero si los recibiese, solo los justos y en la misma medida que otros, habría posibilidades de resucitarlo, pero si los de casa operan como los de fuera, el óbito es seguro.