La intrahistoria de una vieja fotografía

luis lamela

CARBALLO

Ruinas en Quenxe de las antiguas conserveras y publicidad de Banco Manuel Miñones.
Ruinas en Quenxe de las antiguas conserveras y publicidad de Banco Manuel Miñones. ARCHIVO LUIS LAMELA< / span>

El Julita forma parte de una época de mayor gloria económica en Corcubión

04 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En la red social Facebook se ha puesto de moda subir fotografías, antiguas o actuales, para intercambiarlas en grupos, sumando comentarios del tipo: el segundo de la derecha es fulanita o el quinto por la izquierda en la fila de arriba me parece fulanito, etcétera, etcétera. Todo muy interesante para el cotilleo social, quedándose en el barniz exterior, el de la curiosidad identificativa de los personajes que en ellas aparecen.

Por mi parte, que también participo en esta fiesta, opino que las fotografías son como espejos, y detrás del azogue de cada una laten recuerdos y microhistorias personales o historias colectivas, que muy bien pudieran interesar a las actuales generaciones, unas generaciones que disponen de mucha información, pero que, entiendo, practican muy poco la reflexión.

Viene esto a cuento, por una de las imágenes que ilustran este trabajo: una foto de F. Porrúa publicada en mayo de 1927 en la Revista Alborada, de Buenos Aires, reproduciendo al pailebot Julita, construido en Corcubión por Palleta, que he subido hace unos días a la citada red social. Por este breve comentario conocemos que en Corcubión se construyeron durante el primer tercio del siglo XX bellos buques de un cierto porte, surcando muchos mares. Y los construía, qué casualidad, José Vázquez Iglesias, alias Palleta, tío abuelo de quien esto suscribe, en unas instalaciones ubicadas en un extremo de la playa de Quenxe, mientras que el fotógrafo que disparó el objetivo, F. Porrúa, fue el predecesor del reconocido hispanoargentino, Francisco Porrúa, editor de Julio Cortázar y su Rayuela y de García Márquez y su libro Cien años de soledad.

El Julita, propiedad de la Compañía General de Carbones, fue vendido a un armador ceutí en junio de 1938, precisamente durante la guerra civil, naufragando en 1942 y perdiéndose completamente para siempre.

Esta es la pequeña historia que representa una vieja y borrosa fotografía, todo lo que está en su superficie. Pero, detrás de ella, al fondo de la imagen existe más historia, la de su tiempo y la de su entorno geográfico: el Corcubión de la época en la que se construyó el pailebot. Y es que la playa de Quenxe, actualmente volcada al turismo y a la hostelería, fue el pulmón productivo e industrial durante la época de oro de Corcubión, el primer tercio del siglo XX. En las inmediaciones de la playa, además de los astilleros en los que se construyó el Julita, existían varias fábricas de salazón y conservas cuyos restos prevalecen aún hoy en día, además de la importante Compañía General de Carbones, con sus pontones o depósitos flotantes, que surtía combustible sólido a innumerables vapores en su travesía de Europa a América, generando riqueza y trabajo para obreros locales y foráneos. Y, estos últimos, los foráneos, junto con profesionales liberales y funcionarios, en su mayoría también foráneos, convirtieron a Corcubión en un notable enclave turístico al visitarnos sus familiares y amigos en la época veraniega, un pueblo, el nuestro, dinámico en lo económico y en lo social, sin duda alguna.

Y para respaldar financieramente todas estas actividades empresariales y comerciales, había en Corcubión la Casa de Banca Manuel Miñones Barros, facilitando crédito para el funcionamiento de las empresas, del comercio o la hostelería local, así como a los emigrantes de la comarca para poder viajar a las Américas, como fue el caso de muchos fisterráns.

Pero, llegó el verano de 1936 y con él el levantamiento militar franquista y la represión física, social y económica de mucha gente, principalmente los que lideraron el progreso corcubionés durante aquel período de oro. Y, además de la represión física y económica a la familia propietaria, con repetidas multas, incautaciones, requerimientos y sanciones, se hostigó a la Casa de Banca Manuel Miñones Barros hasta que se vio abocada a desaparecer, traspasándose toda esta riqueza a la competencia ubicada al otro lado de la ría, la que fue controlando, además del poder financiero y económico, la construcción naval y la fábrica de Carburos Metálicos de Brens, por medio de un vástago como director.

Y toda la actividad empresarial preexistente en la playa de Quenxe desapareció con el tiempo, en tanto en cuanto los dirigentes locales triunfantes de la guerra civil hacían su particular reconversión dedicando nuestra economía al turismo, cambiando el modelo productivo con iniciativas como el antiguo cámping de la playa de Quenxe o el Motel El Hórreo -el exponente de un gran fracaso-, sin pensar que el turismo existente con anterioridad a la guerra civil provenía principalmente de los familiares vinculados a los profesionales y obreros foráneos domiciliados en la villa, puestos de trabajo que desaparecieron y se ausentaron, abandonando progresivamente su vinculación con esta tierra.

En el medio existieron algunas otras iniciativas, como la de un indiano que regresó con su fortuna, o la mentira de la Gallina Blanca en las instalaciones de la Compañía de Carbones, entre algunas otras, pero con nula visión empresarial, pésima dirección o con muy poca fortuna. En fin, que si alguien se pregunta por qué Corcubión languidece camino de la decadencia, que reflexione sobre estos apuntes.

Tras la guerra, el modelo productivo viró hacia el turismo