Nadie sabía que Mcleod perdería la vida en Cee

La Voz

CARBALLO

06 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Una vez todos reunidos la escena era extremadamente atractiva. Un gran toldo se extendió en la popa del barco, bajo el que se dispusieron sillas y reclinatorios para los pasajeros y la tripulación. El capitán y los oficiales estaban de uniforme, y los hombres en sus mejores ropas, cada uno en posesión de un libro de oración. Se dispuso una bandera sobre el cabrestante, que servía de atril, y se colocó una casaca para que el oficiante se arrodillase sobre ella. El sol brillaba en lo alto, una brisa suave murmuraba entre la jarcia, y el mar estaba casi en calma. Esto, unido a la alegre expresión de los asistentes, formaba una escena feliz, difícil de olvidar. La cuestión de quién era el pastor seguía sin resolverse, cuando el capitán Mcleod, con una respetuosa reverencia, anunció que todo estaba listo y me pidió que oficiase.

Al concluir las oraciones, el digno capitán se adelantó de nuevo, y de su parte y de la de todo el barco, me dio las gracias. Este procedimiento se repitió al domingo siguiente, y desde ese momento la tripulación creyó que ¡después de todo tenían un gabán-negro a bordo!

A la altura de Argel, Macleod acercó el barco a la costa y le narró al ingeniero el bombardeo de la ciudad en 1816, que había presenciado, para castigar a los Bin Laden de la época que asaltaban y secuestraban barcos europeos.

Al despedirse en Alejandría ninguno de ellos sabía que en el corto espacio de un año la esposa de Simms fallecería en la India de fiebres tropicales y Mcleod se suicidaría en Cee.