«Vuelvo a casa siempre que puedo, porque no quiero perder mis raíces»

marta valiña CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Especialista en Artes Gráficas, ha ganado varios premios de diseño

27 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Hace apenas quince días, María José Miñones sorprendió a su padre pidiéndole que fuese a recogerla al aeropuerto. La sorpresa no fue por la visita, sino por el motivo, ya que María José dejaba Valencia, donde reside desde hace muchos años, para recoger en Vigo uno de los accésits de la décima edición del Concurso Internacional de Cartelismo Francisco Mantecón, uno de los certámenes de diseño más importantes de España y de los más apreciados en el extranjero.

«Siempre he sido muy vergonzosa, así que no le había contado a nadie de la familia, salvo a mi marido, que me había presentado al concurso. Mi padre no lo supo hasta que fui a recoger el premio y alucinó, claro», confiesa María José desde Valencia, casi al mismo tiempo que prepara las maletas para regresar de nuevo a su Vimianzo natal, donde pasará los últimos días del 2011. «Aprovecho cualquier momento que tengo libre para volver a casa, porque la familia tira mucho y mi hija está encantada con ir a Vimianzo, porque, como yo cuando era pequeña, allí goza de total libertad», explica.

«La niña está encantada con viajar a Vimianzo y a mí eso me hace feliz, porque no quiero que pierda el contacto con sus raíces. De hecho yo vuelvo siempre que puedo porque me hace falta estar con los míos y yo tampoco quiero perder mis orígenes», añade.

Artes Gráficas

Su trabajo como profesora de Artes Gráficas -da clases en el Rosa Llácer, un colegio valenciano de educación especial- le permite, además, «disfrutar de dos meses de verano con los míos», y, al mismo tiempo, regresar a los escenarios de su infancia, donde, como su hija Marina, disfrutó de una libertad impensable hoy en día. «Era increíble, porque salíamos del colegio y nos íbamos directos a jugar a la calle, sin pensar en ningún peligro, y no volvíamos a casa hasta la hora de cenar. Los padres no nos controlaban, ni se preocupaban por nosotros, porque, en realidad, no había nada por lo que preocuparse, todo el mundo se conocía y por la carretera apenas pasaban coches», reflexiona María José, quien, al mismo tiempo y entre risas, confiesa que siempre fue una niña «buenísima». «Era una niña súper buena, súper estudiosa y súper sensata. Era tan buenísima que ahora, cuando lo pienso, me arrepiento a veces, porque no hacía ninguna travesura», cuenta ya entre carcajadas.

Lo que más le gustaba, recuerda, era salir a la calle y jugar con sus hermanos (es la mayor de cuatro) y con sus amigas del colegio, a las que, lamenta, apenas ve ahora, pero recuerda con «muchísimo cariño». Fue perdiendo el contacto poco a poco, ya que al acabar la EGB se fue a Santiago, a estudiar el BUP y el COU (interna en un colegio) y después su destino fue Valencia, donde comenzó la carrera de Periodismo -«al acabar el primer curso vi que no era mi vocación y lo dejé. Hice muy bien dejándolo, porque después seguí otros caminos que me gustaron mucho más y comprobé lo duro que era, porque mi marido es periodista», explica-.

«Me fui de Vimianzo con 13 o 14 años, pero a las amigas de la infancia las recuerdo muy a menudo. Nos lo pasábamos muy bien, porque en mi época los niños casi no veíamos la tele y estábamos todo el día en la calle y en las huertas, jugando al escondite, a las casitas, al pilla-pilla...» Y también saltaba a la comba, que en el caso de María José fue posible gracias a los vecinos. «Yo saltaba a la comba con la cuerda de la vaca de una vecina», rememora, al tiempo que asegura que apenas le hacía falta nada para pasárselo en grande. «Me encantaba leer y era una niña con mucha imaginación, así que no nos hacía falta nada para jugar y disfrutar», explica.