«Buño siempre estuvo y siempre estará en mi corazón»

marta valiña CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

El comandante del Arma de Ingenieros proviene de una familia de oleiros, un oficio que él aprendió de niño y que recuerda con pasión

13 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El comandante Eduardo Añón Añón vino al mundo en Buño el 16 de marzo de 1937, pocos meses después de que su padre muriese en la Guerra Civil. Su madre, demasiado joven, lo dejó al cargo de sus abuelos maternos, que fallecieron cuando él apenas tenía 11 años. La suya fue una infancia dura, marcada por las pérdidas y por una época de escasez, pero pese a todo Eduardo se muestra rotundo cuando asegura que nunca ha sido dado a las quejas.

«Tuve una vida dura, sí, pero eso me proporcionó un espíritu de lucha y superación que era muy habitual en mi época», explica. «En el fondo éramos muy felices con nuestras escaseces porque nuestra necesidades eran también muy pocas», añade un hombre cuya vida estuvo durante 47 años ligada al Ejército. Hoy todavía lo está (es comandante en la reserva), pero no siempre fue así. De hecho, Eduardo Añón recuerda con orgullo sus orígenes alfareros y asegura feliz que en Buño siempre lo han conocido como Eduardo de Beloi. «Ese era el apodo familiar y yo lo llevo a mucha honra», dice. Era, cuenta, el mismo que el de su abuelo, Manuel Añón García, al que recuerda con emoción. «Lo perdí cuando tenía once años, pero me ofreció grandes lecciones y me dio una gran formación espiritual y moral», cuenta. Con él, además, conoció el barro y el torno, aunque fue su tío, José Añón Varela, el que le enseñó todos los trucos del oficio. «Fue mi maestro durante ocho años, hasta que decidí, a los 18 unirme al Ejército», explica. «Mi tío me vio nacer y me acogió cuando murió mi abuelo. Era muy exigente, porque era un trabajador nato y uno de los mejores oleiros de Buño, así que siempre me decía que yo no valía para nada», rememora riéndose y demostrando que no miente cuando se define a sí mismo como «un hombre de raza alegre».

A pesar de las críticas de su querido maestro, Eduardo Añón está convencido de que hubiese podido llegar a ser «un alfarero aceptable». «Mi tío siempre me decía que había que luchar, porque por mucha capacidad que alguien tuviese, si no trabajaba nunca llegaría a nada. En cambio, el buen trabajador siempre sería un alfarero decente. Yo trabajé mucho durante ocho años, así que tal vez hubiese podido seguir sus pasos», asegura Eduardo, al tiempo que se para a reflexionar cuando le preguntan si hoy en día sería capaz de volver a usar el torno tradicional. «Seguro que sí, pero se me caerían las lágrimas recordando aquellos tiempos», contesta.

Militar por vocación

Se emociona también cuando repasa su currículo militar y confiesa que se unió al Ejército a los 18 años «por vocación», convencido de que eso era lo que realmente le gustaba. «Podía haber seguido los pasos familiares en la olería, pero siempre me gustaron mucho los libros y yo era un buen estudiante, así que cuando cumplí los 18 años decidí marcharme a A Coruña, donde compaginé la formación militar con el Bachillerato», cuenta.

Corría entonces el año 1955 -«tiempos muy duros»-, cuando el viaje entre Buño y A Coruña «se hacía por una carretera en pésimas condiciones y duraba más de tres horas». Pero a pesar de las malas comunicaciones y de los muchos destinos que le deparó el Arma de Ingenieros (País Vasco, Madrid, Ourense e incluso el Sáhara, donde estuvo durante ocho años y donde, recuerda con emoción, perdió a «muchísimos amigos y compañeros»), jamás olvidó su tierra natal. «Buño es mi gran amor, siempre estuvo y siempre estará en mi corazón», afirma rotundo. Y a Buño regresa siempre que tiene ocasión, porque aunque no conserva familiares directos, sí tiene grandes amigos. «Los vecinos me quieren mucho y yo les quiero todavía más, allí soy feliz», asegura. Allí, quizás, se anime algún día a sentarse ante el torno. «Quien sabe, porque yo siempre digo que soy alfarero, de hecho tengo ocho años de universidad oleira a mis espaldas», dice.