«Con tres años me encantaba dibujar todo lo que veía»«En los test del colegio siempre salía que tenía perfil de arquitecto o agricultor»

marta valiña CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Los estudios le obligaron a dejar su aldea, a la que regresa a menudo

30 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Como muchos otros niños de su generación, el arquitecto muxián Carlos Quintáns Eiras tuvo que dejar su Senande natal para poder seguir estudiando. A los nueve años sus padres lo enviaron interno al colegio Leus de Carballo -«un infierno», dice hoy con resignación al recordar innumerables anécdotas- y después a La Salle, en Santiago, y aunque reconoce que alejarse tan pronto de sus padres fue «muy duro», siempre ha agradecido el esfuerzo que hicieron en su casa. «Hoy veo a un niño de nueve años y me parece imposible que a esa edad me separase de mis padres, pero esa era la única posibilidad que teníamos entonces de seguir en el colegio. En Senande no había buses y, aunque parezca increíble, en los años setenta todavía era inasumible desplazarse a diario hasta Cee, porque las carreteras eran horribles», recuerda. «Pero regresaba todos los fines de semana y, por supuesto en vacaciones», añade. Hoy, aunque su vida y su trabajo están en A Coruña, sigue volviendo a menudo a la casa familiar de Senande, donde todavía viven sus padres y su hermano. «Por supuesto que me encanta volver, porque allí están los míos, porque como fenomenal y porque sigue siendo un lugar precioso. Además, ahora, con las nuevas carreteras es mucho más fácil», explica.

Nada que ver, recuerda, con los tortuosos caminos de su infancia, cuando para él incluso era una aventura ir hasta Muxía. «Siempre estábamos en Senande e ir al pueblo se convertía en algo especial. Solo nos acercábamos para comprar algo especial o, por supuesto, para ir a las fiestas», cuenta.

Pero a pesar de no salir apenas de su aldea, la suya, asegura Carlos Quintáns, fue una gran infancia. «Éramos felices porque éramos libres, ya que podíamos jugar todo el día en el campo e incluso en mitad de la carretera», algo que, añade, por fortuna todavía podría hacerse hoy. «La aldea era muy bonita y lo sigue siendo, aunque han desaparecido algunos lugares que me gustaban mucho, como el campo da feira, que era precioso y que han estropeado llenándolo de hormigón», se queja el arquitecto, al tiempo que lamenta que lo ocurrido en Senande parece un mal endémico de toda Galicia. «En todo el rural se han hecho cosas horribles, pero todavía estamos a tiempo de ponerle remedio y acabar con la situación de destrucción de la que todos somos culpables», dice.

Le encanta su profesión, se nota cuando se le oye hablar, y es incapaz de ocultar una pasión que, asegura siempre tuvo. «Yo no me acuerdo, claro, pero mi madre dice que siendo muy pequeño ya dibujaba. Con tres o cuatro años ya me encantaba dibujar todo lo que veía y cuando volvíamos de algún viaje o paseo corría a plasmar en un papel todo lo que veía», cuenta.

Carlos, el mayor de los tres hijos de la familia Quintáns Eiras -«no seré yo el que diga que ejercía de hermano mayor mandón», se ríe-, asegura que nunca fue un niño travieso, sino todo lo contrario. «Debía de ser un pequeño aplicado, porque mis padres siempre recuerdan que me escapaba de casa para ir a la escuela, donde empecé antes de la edad habitual. Ellos dicen que era muy estudioso, pero supongo que yo corría al colegio porque allí había más niños y lo pasaba bien», asegura.

De aquella época, lamenta, no conserva a los amigos, «porque la mayoría se fueron de Senande y nos fuimos perdiendo la pista», pero cuando regresa a la aldea de la parroquia de Vilastose se siente igual de bien que cuando era pequeño. Tanto que no descarta, en el futuro, pasar en ella largas temporadas. «No se me pasa por la cabeza la jubilación, porque la mía es una profesión en la que se puede estar durante muchos años, pero lo que sí tengo claro es que ahora se puede trabajar desde cualquier sitio», explica. Y Senande, añade, es un gran lugar.

Carlos Quintáns Eiras.

1962.

Arquitecto.

A Coruña.

Senande (Muxía).

Carlos Quintás se licenció en la Escuela de Arquitectura de A Coruña en 1987 y desde entonces su currículo no ha hecho sino crecer. Da clases en las universidades de A Coruña, Barcelona y Pamplona y codirige dos revistas especializadas, Obradoiro y Tectónica, que compagina con su propio estudio, con el que ha conseguido numerosos premios. Sus méritos son numerosos, lo que demuestra que no se equivocó cuando eligió la arquitectura. «Siempre me gustó el dibujo y con diez años empecé a pintar al óleo. Entonces pensaba que me gustaría ser arquitecto o ingeniero, pero de vez en cuando también tiraba hacia cosas más propias de los niños, como bombero o piloto de helicópteros», dice riéndose.

Al final optó por la arquitectura, demostrando con el paso del tiempo y su éxito que los test que le hacían en el colegio estaban acertados. Al menos en parte. «Es curioso, porque a mí siempre me salía que tenía perfil de arquitecto, director de museo, escritor o agricultor y todo eso me parecía impensable, pero al final, ya ves, he hecho un poco de todo eso, porque me he encargado de exposiciones y también escribo en revistas», explica sorprendido. Los test acertaron salvo en lo de agricultor. «Todavía estoy a tiempo, pero no me veo», añade. Ni siquiera de niño, porque la suya no era una casa de labradores. «Mi padre era perito y lo único que teníamos eran gallinas, así que, como mucho, me tocaba darles de comer», cuenta. Aunque eso, asegura, no era lo que más le gustaba. «Lo que sí recuerdo con mucho cariño era poner la cera en la madera de la casa. Me encantaba ese olor», rememora. Tanto le gustaba, que cuando restauraron la casa familiar -«la mantuvimos como era, porque modernizar no es colocar hormigón»- se planteó mantener las viejas vigas.