Pasión por el mar de la Costa da Morte

marta valiña CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

10 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

«Hai algúns, moitos, que din que non hai Dios, pero para min si que o houbo. Tiven moita sorte, moita sorte...». Jaime Blanco Rois no puede evitar repetir esta frase una y otra vez cuando comienza a desgranar la historia de su vida. Una larga vida ligada al mar de Malpica desde muy niño. Desde que con solo nueve años le rogó a su padre, «un gran hombre e un gran pescador», que le dejase acompañarlo en su día a día. «Cambiei os barquiños de madeira e de lata cos que xogaba na beira polos de verdade. Supliqueille ao meu pai que me levase con el e xa non puiden deixalo porque iso é o que máis me gusta», asegura Jaime. «Fíxome un remo pequeniño, adaptado ao meu tamaño e eu ía feliz, remando coma un home ata os bancos de peixe de Caión ou Corme», recuerda feliz. A los 17, retoma, ya era patrón de su propio velero -«e tiña catro homes ás miñas ordes», dice- y poco a poco fue haciéndose un hombre en el mar. «Fun a todo canto había, ás fanecas, ás robalizas, ao marisco, ao abadexo... Estaba o día enteiro no mar porque era o que máis me gustaba e incluso un ano, de mozo, pasei as festas todas de Corpus, os catro días, no Cachón, ás robalizas», asegura.

Toda la vida enfrentándose al temido nordés, a la niebla y a todo cuanto peligro podía encontrarse en el mar. Siempre con suerte, «pasando moitas». «Levei moitos sustos e vin afundir moitos barcos ao meu lado. Tiven a morte diante dos ollos moitas veces, pero ao meu lado estivo sempre a sorte», insiste Jaime, quien reconoce que desde niño fue muy echado para adelante. «Non lle tiña medo a nada e de mozo pensaba que non se morría nunca, así que aínda que ás veces pasei medo, eu seguía e seguía», resume riéndose.

Tiene ya 81 años, pero casi a diario continúa haciendo lo que más le gusta, embarcarse y probar suerte en la costa malpicana. Ahora lo hace a bordo de la lancha Adesele, una pequeña motora, «cun nome raro, moi raro», con la que mata el gusanillo de la jubilación, un retiro que se hizo definitivo el año pasado y que ya había probado cuando cumplió los 65. Pero entonces no le convenció y cuando su único hijo, Jaime Antonio, decidió seguir sus pasos y compró el pesquero Blanco Vila, Jaime decidió volver con él. «Comprou o barco e non tiña mariñeiros, así que non o pensei dúas veces e eu e máis a miña nora, Mercedes, fumos con el», explica. Los tres, recuerda fueron a por él a Vilagarcía y cuando regresaron a Malpica «había tanto mar, ía tan mal tempo, que cando nos viron entrando no porto non o creían», asegura mientras observa como su hijo arregla los aparejos del pesquero.

El más joven de los Blanco también dice que le gustaba el mar desde joven, pero él, en cambio, no se embarcó hasta cumplidos los 25. Antes estudió, «electrónica e FP de administrativo» e incluso llegó a dirigir una empresa, en tierra, durante unos meses, pero la pasión familiar por el mar pudo mucho más. «Meu pai nunca me deixou ir con el, pero eu sabía que o mar era o meu», asegura. Lo lleva en la sangre. Y se nota.

El palo es Jaime Blanco Rois. La astilla, su hijo, Jaime Antonio Blanco Vila.

Con solo nueve años, Jaime le pidió a su padre, Gerardo, que lo llevase con él a pescar. Comenzaba así su vida como marinero y su pasión por el mar. Una pasión que mantiene viva todavía hoy, y que durante varios años compartió con su hijo, patrón del pesquero Blanco Vila.