Los eslabones perdidos del universo «indie» comarcal

Quico Balay carballo

CARBALLO

ANA GARCÍA

Reportaje | La escena roquera Los bares alternativos combaten la dispersión geográfica y la música fácil con una receta sonora basada en el compromiso, la calidad y el directo

29 dic 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

?on los eslabones pérdidos del rock and roll comarcal, refugios sonoros dispersos y distantes entre ellos, oasis decibélicos en medio de la nada o, todo lo contrario, incrustados en las zonas de copas donde impera la música comercial de fácil ingesta. La receta de su éxito o de su supervivencia pasa por las clientelas fijas, compuestas por aficionados a las composiciones más vanguardistas y a los clásicos del género. Entre ellos, jóvenes inquietos, oídos curiosos, visitantes circunstanciales y despistados de distinta ralea. En realidad, todos estos garitos, desde el cercedense Non Sei hasta el pontecesán A Eira, han ejercido desde su fundación de escuelas musicales, cuyo cometido fundamental ha sido, consciente o inconscientemente, educar el oído de los aficionados a la barra. Y, casi siempre, son proyectos personales, en los que prima más la inquietud de sus gerentes que el vil metal. La endogamia bien entendida es otra de las características del paisanaje roquero, pues tanto los dueños de los locales como sus parroquianos saltan de un mostrador a otro en cuanto los platos o el escenario lo merecen. O sea, que el responsable de un bar puede ser a la vez cliente o espectador o pinchadiscos de una sala ajena, por no hablar de su labor como promotor musical espontáneo, organizando conciertos en distintos palcos para que el fichaje de un grupo foráneo no les lleve a la ruina. Una tarea casi titánica que puede pasar desapercibida por el público. De bolos «Hoxe en día é complicado organizar actuacións, xa que os grupos cada vez piden máis pasta, o público é minoritario e non existen axudas. É moi guay montar concertos, pero económicamente non é rentable», explica Javier Baneira, responsable de A Eira, quien apuesta a pesar de todo por la música en vivo porque «eu, en vez de facer camisetas ou chisqueiros para regalar, prefiro ofrecer un concerto». Tras el bolo de turno, la ruta alternativa pontecesana establece como paradas obligatorias Alcatraz y Oasis, «clásico de la zona y local donde el rock y el tecno confluyen», según Baneira, que se conoce al dedillo todos los templos sonoros de la zona. Entre ellos, Brebaxe, Leño, O Submarino y A Roda, en Malpica, un destino que, tanto por la ética y estética que impera en sus garitos como por la fisonomía de la villa, una dentellada en el mar, debería ser un punto de peregrinación roquera donde los haya. Tierra adentro, el D'Anton es un histórico, ya no sólo de A Laracha sino de Bergantiños, y desde su lejana creación ha conjugado los acordes con las palabras, algo que también le ocurre al Non Sei, capitaneado desde A Silva por los hermanos Vázquez, pioneros en llevar la palabra a la parroquia. «Polo pub teñen pasado dende os Ruxe Ruxe aos Zënzar, pero cando organizamos o primeiro monólogo foi un éxito, de aí que nos decantásemos por eles. De feito, este sábado (por hoy) actúa Quico Cadaval», comenta Beni Vázquez, cuya selección musical va de la tradición (Van Morrison, Violent Femmes) a lo contemporáneo (Franz Ferdinand y otras bandas sajonas). La vanguardia Imprescindible también es el Stereo, cuyos socios no dudan en desplazarse desde A Laracha hasta donde haga falta para estar al tanto de las últimas bandas que se dejan caer por la geografía gallega. Y, en su enconado intento por echarse un baile en la nueva ola de la nueva ola, terminaron abriendo Sparks, un club de música electrónica por el que se dejan caer pinchadiscos foráneos de renombre. Se quedan en el tintero algunos locales que flirtean con la música de empaque, pero que no son propiamente bares sino cafés, como le sucede al laxense A Ventana, escorado hacia el jazz. Aunque, eso sí, todos ellos son responsables de que, a golpe de calidad y vanguardia, las periferias mentales y físicas se diluyan.