Aunque quizá es más recordado por su estudio de las corrientes oceánicas ya que, una de ellas, en la que el agua fría sube de las profundidades frente a las costas de Chile y Perú, lleva su nombre. En conjunto, sus investigaciones le llevaron a concebir una percepción sistémica de la naturaleza y del universo.
«Entrelaza todos sus descubrimientos del mundo mineral, animal y vegetal, con todo lo que tiene que ver con el ambiente, tanto en el fondo del mar como en la atmósfera. Esas vinculaciones entre naturaleza y ambiente es lo que le permite crear el sustento de la ciencia que se llamará en el futuro ecología», explica Hoyos, para quien Humboldt dio vida, aunque «sin ese nombre», al concepto de «ecosistema».
Decenas de volúmenes recogen sus conclusiones, entre ellos su «Ensayo sobre la geografía de las plantas (1805)» o «Vista de la Cordillera y monumentos de los pueblos indígenas de América (1810)», que fueron traducidos a numerosos idiomas europeos, publicados y ampliamente estudiados, generándole un vasto reconocimiento científico por toda Europa y Estados Unidos del que fueron reflejo las incontables celebraciones que hubo en 1869 por el centenario de su natalicio.
Y es que sus técnicas esquematizadoras y su habilidad para ilustrar con dibujos lo que había visto y documentado con sus propios ojos, acercaron sus investigaciones a estudiantes y eruditos.
Una huella indeleble en América
Sin embargo, ya hacia finales del siglo XIX y principios del XX, ni su icónico «Cosmos» -una obra de cinco volúmenes en el ocaso de su vida con todas sus conclusiones- consiguió perpetuarle en el altar de los científicos universales.
«Se conoce más al hermano (el lingüista y educador Wilhelm von Humboldt) que a Alexander. Pero si uno revisa la documentación sobre Latinoamérica, su posición sobre el entendimiento entre los pueblos, el medioambiente, en la investigación, (vemos que) no solamente es un científico sino que va mucho más allá: ¡Es transversal!», señala a Efe Sabine Meinlschmidt, rectora del colegio alemán en Guayaquil que lleva el nombre del naturalista.
El Gobierno germano, a través de la Fundación Alexander von Humboldt, y de organismos dependientes por todo el mundo, trata este año de reivindicar la figura de un investigador que dejó una huella indeleble en América Latina, donde el concepto «naturaleza» recibe en sus escritos la interpretación más amplia.
«Hizo observaciones sociológicas sobre la región y observaciones de diferentes órdenes», sostiene Ramón Sonnenholzner, presidente de la Fundación del colegio alemán y promotor del proyecto de la Balsa. Y recuerda que, para Humboldt, la naturaleza había que entenderla no desde una visión «antropocentrista», en la que los seres humanos piensan que «son los únicos seres (vivos) del plantea», sino desde una perspectiva global, en la que son «parte de la naturaleza: un cosmos, una sola unidad». Una medida de prudencia que hizo prever al naturalista los devastadores efectos que podría llegar a tener la humanidad sobre el entorno que le sirve de hogar.
Humboldt era en ese sentido un polímata cuyos conocimientos se expandían a lo largo y ancho de la ciencia de la época y que abarcaban desde la geografía hasta la astronomía, pasando por la filosofía, etnografía, antropología, física, zoología, botánica, mineralogía, geología, vulcanología, climatología, meteorología y oceanografía, todo ello dentro de una interpretación humanista que, en más de una ocasión, le llevó a pronunciarse en contra de la esclavitud y a favor de la igualdad de derechos.
Pero quizás ese conocimiento generalista fue una de sus propias maldiciones, porque el mundo especializado hacia el que evolucionó la ciencia a partir de finales del siglo XIX y principios del XX, dejó rápidamente atrás a los románticos y casi poéticos naturalistas de la centuria anterior. O quizá, como indica la escritora indo-británica Andrea Wulf en su libro «La invención de la naturaleza: el nuevo mundo de Alexander von Humboldt» (2015, versión inglesa), «lo irónico es que sus ideas son ya tan obvias, que nos hemos olvidado en buena parte del hombre que las forjó»