No creo en los tratamientos milagro con aloe vera y lágrimas de dragón. No creo en los productos milagro. No creo en las dietas milagro que te harán bajar de peso sin pasar hambre. No creo en los entrenamientos milagro que te harán ganar diez kilos de músculo en dos semanas. No creo en los cursos milagro donde aprenderás inglés nivel nativo, química orgánica nivel molécula y redacción de cuentos nivel Cortázar en ocho clases. No creo en los coach milagro que te dan certeros consejos para dar la vuelta a tu vida. No creo en las ideologías milagro.
No creo en los medicamentos milagro, porque los conozco. No creo en las inversiones milagro donde quintuplicar tu dinero, pero para el año que viene si eso… No creo en cremas milagro que dicen convertir la piel de un octogenario en la de un universitario, a menos que sea un octogenario matriculado en la universidad, entonces sí: es un octogenario con piel de universitario, pero no por la crema. No creo en los planes de ahorro milagro, si cada vez que voy al súper siento que este país va a explotar en cualquier momento, 30 euros ayer para cenar unos quesos, paté y almendras…
No creo en las drogas milagro, de verdad, crecí en Ribeira. No creo en ningún milagro anti-resacas, no existen, o no para las mías.
No creo en las rutas milagro hacia el éxito. No creo en el editor milagroso, ni en el doctor milagroso, ni en el político milagroso, ni en la abogada milagrosa, tampoco en el farmacéutico milagroso, por supuesto.
Sin embargo, creo absoluta, irremisible, desesperada, categórica y definitivamente en los milagros.