Beatriz Fernández de Sanmamed: Psicología de la dulzura

RIBEIRA

Beatriz Fernández de Sanmamed
Beatriz Fernández de Sanmamed CEDIDA

Obituario | (Ribeira, 1966-2022) | Su benevolencia innata, tan común en los espíritus elevados, la aplicó también en su trabajo como psicóloga en la UAD, donde tantas veces la empatía con un paciente puede ser diferencial

16 feb 2022 . Actualizado a las 14:05 h.

Mi tía Bea ha fallecido y el mundo es más feo que anteayer. Un cáncer contra el que llevaba años batallando se la llevó, pero nunca pudo arrebatarle la sonrisa, la tranquilidad y el trato dulcísimo que siempre tuvo para los demás aunque por dentro estuviera pasando momentos muy duros. Esa es la prueba de que el cáncer le quitó la vida pero no la venció, porque con su armadura de gentileza y su escudo de sencillez hizo todo el bien que pudo independientemente de lo que a ella le estuviese sucediendo. El blasón de los Sanmamed es un castillo, simboliza fortaleza y nobleza. Virtudes que mi tía Bea encarnó y embelleció con su ternura natural.

Esta benevolencia innata, tan común en los espíritus elevados, la aplicó también en su trabajo como psicóloga en la UAD, donde tantas veces la empatía con un paciente puede ser diferencial en su devenir. Era una buena persona y las buenas personas suelen ser buenos profesionales.

La última vez que nos vimos en la farmacia, ella ya tenía el pelo blanco, precioso, y me dio un abrazo porque yo lo necesitaba, en ese abrazo hubo un pequeño apretón final, el típico apretón que pasa desapercibido en el momento pero que cuando pasa el tiempo lo entiendes mejor. A dar esa minúscula compresión última no se aprende, es un gesto que germina del corazón.

Mi tía Bea cultivaba un huerto. Hay algo insondable en el cultivo, un vínculo entre el agricultor con su cosecha, con sus flores; plantarlas, regarlas, cortarlas, cuidarlas. Llenar de vida, de armonía y de belleza tu campo, tu entorno. Su huerto resultó ser una pequeña alegoría de lo que hizo en vida con su familia: sus hijos Pablo y Jorge y su marido Vicente, ellos prolongan la huerta de tía Bea, porque su madre plantó en ellos semillas de luz. En las tristes estaciones de siega, brotará su recuerdo y ella los contemplará desde su jardín, calmada, sonriente como siempre, viendo como sus más valiosos frutos honran su memoria. Ellos ya llevan la fortaleza y la nobleza en el apellido, pero la dulzura, ese barniz del alma, es cosa de mi tía Bea.

Te echaremos de menos y, mientras existan flores, siempre te sentiremos cerca.