En el Refugio me tomé un bocata de jamón asado. En la de Llovo compré el pan. En la Sanyg fotocopié mis problemas. En la de Milagros adquirí la Interviu de Ana Obregón por razones estrictamente culturales. En el Youngers bailamos sin protección. En la huerta de tía Elvira, con perdón, hicimos botellón. En el Goya alquilamos Titanic y El vengador tóxico. En el Dolmen hicimos la Comunión. En el Grupo un chaval dos cursos mayor nos hizo una entrada a lo Gravesen y hubo que joderse. En el campo del Carreira vimos goles mejores que en Stamford Bridge.
En el Plaza leí mi verso favorito de Borges: «Yo he errado oscuro por ciudades que odio». En el Malta tomamos un chupito corto como un beso y nos duró toda la vida. En el Castelao aún disfrutamos en familia. En la Fieiteira el agua estaba fría y la cerveza caliente. En la TVG vimos a Son Goku. En las escaleras del ayuntamiento comimos pipas. En la última copa ya echábamos el Ibuprofeno. En Bandourrío nos hemos enfadado y amado y vuelto a enfadar y vuelto a amar, hasta cinco veces. En el paseo de Coroso hay una cápsula del tiempo. En algún bar los viejos, los curtidos, los heridos y los fracasados brindamos sin alegría mientras sonaba una canción de Shakira. En algún parque nos faltó entereza. En algún recreo fuimos cobardes.
En la peatonal caminan en sentido contrario el hombre que siempre quise ser y el hombre que nunca quise ser, se reencuentran todos los días a la altura de la Farmacia Sanmamed y suspiran. En la peatonal trabajo. En la peatonal escribo. En la peatonal muero. En la peatonal vivo.