Emotiva despedida a Mercedes Méndez Vites, toda una madre coraje de Ribeira

Kica Fernández OBITUARIO

RIBEIRA

Falleció ayer a los 88 años y una de sus hijas, Kica, le dedica un bonito recuerdo

30 may 2021 . Actualizado a las 17:28 h.

Me gustaría, en nombre de toda la familia, agradecer tantísimas muestras de cariño que estamos recibiendo en estos días, pero sé que no es mérito nuestro, es la cosecha de lo que ella sembró toda su vida. En todos sus actos y en su labor de hermana mayor, de madre, de abuela, de vecina de este pueblo y que a nosotros nos hizo ser y tener un pellizco de su esencia. La frase más repetida de todos los que se acercaron a acompañarnos fue: «Era una mujer muy buena». Y lo era. Infinitamente. Y creo… no lo creo, lo sé, que nunca se lo propuso. Le nacía.

Imposible conocerla sin quererla. Igual que le nacía hacer una tortilla cada vez que un nieto aparecía a cenar, o poner otro plato cuando llegaba uno de nuestros amigos a casa, tener contacto continuo con sus hermanos para demostrarles su cariño y su sentido de familia, salir al descansillo si un vecino necesitaba ayuda, hacer un delicioso jamón asado para repartir en 50 bocatas para la peña dorneira, planchar hasta las 5 de la mañana, mientras toda la casa dormía, hacer de despertador a distancia para cada viaje, examen o motivo que ella creyera necesario… Podría llenar horas y horas con sus infinitas muestras de entrega. Y todo lo hacía fácil. Como si a ella no le costara trabajo. Su lenguaje del amor era el estar presente y activa. Sabías que contabas con ella incondicionalmente. Y siempre igual, sin alardes, sin hacerse notar, ni espera de recompensa. Solo por ser tú. Como si tuviéramos un merecimiento innato a tanto recibir de su parte, solo por estar en su vida. Su felicidad era la felicidad de los suyos.

Era tanto así que os cuento una historia: Recuerdo una sobremesa de muchísimas risas, una de esas de recuerdos, anécdotas y batallas familiares, en la que estábamos todos llorando de risa, literalmente. Ella también, y en un momento, después de un chiste buenísimo, todo eran carcajadas; ella como pudo, se recompuso, se quitó las gafas, se secó las lágrimas y todavía riendo dijo: «No lo entendí». El salón se caía con las risas. «¿Por qué te ríes?», le dijimos. «Por veros a vosotros reír tanto». Su esencia era pura, con eso era absolutamente feliz en el aquí y el ahora.

Pensamos que las madres son eternas la realidad y la vida nos enseña lo contrario. La nuestra se ganó la eternidad, porque su energía vital y su esencia eran la bondad. A mi mamá se le rompió el corazón hace muchos años, cuando vivió la muerte de un hijo al que no pudo abrazar, ni criar, ni ver crecer. Cuando lo supe, ella me lo contó, viendo su emoción, le pregunté: «¿Te acuerdas mucho de él?». «Cada día de mi vida», me contestó. En aquel momento tenía 80 años. Después de eso, siempre me pregunté cómo pudo seguir y criar a siete hijos y guiar y cuidar a 12 nietos, sin quejarse nunca, entregándose tanto… ¿Cómo puede un corazón roto dar tanto amor, transmitir tanta paz y aportar tanta serenidad con una sonrisa y hacer que parezca sencillo? No hace mucho comprendí. El oro siempre es oro. Sea un pesado lingote o millones de minúsculas pepitas repartidas a lo largo de todo el cauce de un río, y el corazón de mi mamá era oro puro.

Esa fue su vida. Un largo río que iba dejando, sin proponérselo, riqueza repartida desde el principio hasta el fin de su curso, y todos los que nos acercamos a su orilla pudimos recibir ese brillo y esa luz de su reflejo.

En nuestras manos queda transmitirlo, cuidarlo y honrarlo. Bendita sea por siempre. Hasta que nos volvamos a encontrar, mamá.

Gracias por habernos abrazado el alma.