Carmen Vidal: «La pandemia alteró el ritmo de Virginia, pero vivir en una casa fue nuestra salvación»

Ana Gerpe Varela
A. Gerpe RIBEIRA / LA VOZ

RIBEIRA

carmela queijeiro

Usuaria de Ambar, es atendida en su domicilio desde hace varias semanas por una persona del centro de día

16 jun 2020 . Actualizado a las 20:33 h.

Virginia Mayán y su madre, Carmen Vidal, han vivido desde el decreto de estado de alarma una situación que ha puesto a prueba su capacidad de superación. Esta joven con discapacidad acude al centro de día de la asociación Ambar en Ribeira desde hace ocho años, y su dinámica diaria sigue unas reglas definidas desde que se levanta. Primero el confinamiento y luego un proceso de desescalada, que todavía no permite el reinicio de las actividades en Ambar, supusieron para ella un giro radical y brusco: «La pandemia alteró el ritmo de Virginia, pero vivir en una casa fue nuestra salvación».

Aunque Virginia no puede expresarse verbalmente, es una persona muy sociable a la que le gusta el trato cercano. Su diversidad funcional impedía que pudiera realizar las actividades que desde Ambar le mandaban mediante vídeos. Sin embargo, su madre relata: «Solo pudimos poner en práctica dos o tres ejercicios, pero a ella le encantaba que se los pusiera porque así podía ver a sus compañeros».

Afortunadamente, desde hace ya varias semanas una persona de Ambar puede acudir a su vivienda periódicamente para realizar actividades. Mientras no llegó ese momento, Carmen Vidal reconoce que «ambas tuvimos un proceso de adaptación mutua».

A su marido, cuya profesión está vinculada al sector marítimo, le tocó pasar el período de confinamiento fuera, por lo que Carmen, que trabaja como agente comercial, relata que «tuve que aparcar mi trabajo para dedicarme a mi hija».

Subirse en el coche

A pesar de contar con la entrega absoluta de su madre, a Virginia Mayán se le hizo cuesta arriba eso de pasar jornadas enteras sin poder traspasar el umbral del jardín. Para darle pistas a su madre sobre sus intenciones «se iba al coche, en la huerta y se sentaba allí con la esperanza de que saliéramos. Algún día cogí el automóvil para tirar la basura, aunque los contenedores están aquí al lado, para llevarla a dar una vuelta a la manzana».

La madre explica que ver modificada por completo su rutina diaria alteró de manera especial a su hija, al tiempo que agradece el apoyo proporcionado desde el primer momento por Ambar para afrontar una situación tan excepcional para todos.

Aunque debido a su diversidad funcional podría haber salido en alguna ocasión durante el período de confinamiento, Carmen Vidal reconoce que el virus le impone porque no se sabe dónde puede estar: «Un domingo fuimos al parque de San Roque, cuando comenzó la desescalada, y parecíamos las únicas personas en el mundo. No había nadie más».

A medida que las restricciones fueron cesando, y aunque todavía deberá aguardar para regresar al centro de día de Ambar, la vida de Virginia fue integrándose en lo que se denomina nueva normalidad.

Entre otras cosas, pudo regresar su padre y comenzar a salir con sus progenitores para mantener esa ansiada cercanía con los seres queridos.