De pedir limosna a ser uno de los referentes de la pintura contemporánea

María Xosé Blanco Giráldez
m. x. blanco RIBEIRA / LA VOZ

RIBEIRA

MARCOS CREO

Tras años experimentando, asegura que por fin encontró el estilo que buscaba

24 ene 2020 . Actualizado a las 08:00 h.

Es incapaz de calcular el número de inertes lienzos a los que ha dado vida a lo largo de su dilatada trayectoria. Asegura que podrían rondar los cuatro mil. La mitad están repartidos por todo el mundo, pues este creador oriundo de Noia residió durante tres décadas en Londres y expuso con éxito en grandes ciudades como París, Nueva York y Japón. La otra mitad se almacenan en su estudio de A Coruña, donde Manuel Romero fijó su residencia hace unos 20 años. En el camino se quedaron decenas de obras incompletas: «Rompo mucho porque con frecuencia no quedo contento con el resultado. Entre el lienzo y el pintor tiene que haber conversación y cuando la tela se pone faltona, la destruyo».

Manuel Romero bien podría definirse como un pintor inconformista. Admite que, tras una primera etapa como autodidacta y la formación posterior en los principales centros artísticos de Londres, tuvo que diseñar su propia técnica: «Inventé tanto la forma de pintar como el color. Fue un proceso de unos cinco años visitando museos, experimentando con el papel y la tela, pero creo que al final encontré la pintura que me gusta». Dice que es una pintura muy espiritual: «Es como si el alma vagase hacia Dios y en ese camino no puede haber pinceladas, nada físico, tienen que ser como caricias entre almas que se tocan y se separan para seguir cada una su propio camino».

Su obra está influenciada por los principales exponentes de la neofiguración, como Francis Bacon, David Hockney o Lucian Freud, con los que estudió en Londres, pero también bebe de su pasado, de la terrible infancia que le tocó vivir y desde la que nunca soñaría con alcanzar algún día la cima pictórica. Su padre murió cuando el tenía 3 años y su madre lo abandonó, viéndose obligado a pedir limosna para salir adelante junto a sus tres hermanos más pequeños. De esa niñez heredó una gran humildad: «Nunca me creo nada de lo que me pasa. No me creo el éxito ni tampoco los halagos. Solamente quiero enseñar a otros los trucos de la pintura».

Premonición sobre el Prestige

Otros sucesos ocurridos a lo largo de su vida influyeron también en series concretas. Un ictus que lo tuvo un mes en coma se dejó notar en los cuadros que en el 2002 pintó sobre Galicia: «Cuando desperté empece a plasmar mares negros. Como si de una premonición se tratara, a los dos meses ocurrió el desastre del Prestige».

Pero no todo es triste en la obra de Manuel Romero. Dice que la alegría llega a sus cuadros de la mano de la luz: «Es lo único verdadero que existe, esa luz que me llevará a otro sitio, ahora o en mi muerte». Él nunca se da por vencido: «Estudié en los colegios más importantes del mundo, pero creo que siempre queda mucho por aprender».

Fruto de esas ansias por experimentar son los cuadros que realizó cambiando los pinceles por barras de hierro: «El resultado es impresionante». Con esta técnica ha reproducido el Pórtico da Gloria y también el puerto deportivo Ribeira. Del mismo modo, quiso innovar a nivel escultórico, arrojando al mar varias esculturas de bronce: «Me pregunté qué había en común entre las esculturas celtas, aztecas y mayas; y llegué a la conclusión de que el nexo era el mar».

Esa búsqueda constante de la perfección puede en ocasiones ser angustiosa: «La pintura es una cruz, una cruz muy bonita que llevaré toda la vida». A sus 77 años, sigue teniendo proyectos y retos pendientes: «Me gustaría pintar más allá del universo, pero no sé cómo. Seguiré experimentando, es parte de mi vida».

Exposición. Manuel Romero exhibe en el Lustres Rivas de Ribeira Mis etapas, una exposición retrospectiva con 23 cuadros y tres esculturas. Estará abierta hasta finales de febrero.