Un réquiem por aquellas butacas vacías

Antón Parada RIBEIRA / LA VOZ

RIBEIRA

CARMELA QUEIJEIRO

05 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Abro la caja de recuerdos y entre las incontables chapas de refrescos y cervezas que recogía como tesoros cada fin de semana en el bar Plaza encuentro la joya de la corona del botín de mi infancia. En el fondo vislumbro dos fragmentos de papel amarillentos y desgastados, las dos últimas entradas que conservo del ribeirense cine Rosalía de Castro. En ese mismo instante, el descubrimiento funciona como un pase a la sesión golfa de la memoria y el proyector de recuerdos se enciende para iluminar la fotografía que acompaña a estas tristes líneas.

La instantánea que la fotoperiodista Carmela Queijeiro capturó en su carrete hace más de dos décadas se corresponde con la fachada de uno de los 11 templos fílmicos que una vez arrancaron sonrisas y lágrimas a los vecinos del municipio, sin ser necesariamente un guiño al clásico de Robert Wise. De todos aquellos cines, el Rosalía fue el último en cambiar la cartelera antes de que su máquina de palomitas dejase de rebosar para siempre. Recuerdo que la década de los noventa aún simbolizaba un estandarte del esplendor que se apagaba con la proliferación de los reproductores VHS -sin saber que la estocada mortal la daría la jovial Internet- o al menos eso atestiguaban las colas que serpenteaban desde la calle para abarrotar el patio de butacas.

El cine rojizo cerró sus puertas años después de que se tomase esta fotografía, pero apenas hubo tiempo para un réquiem. En el 1998, el Multicines Barbanza abría sus salas y una ventana a la modernidad. La imagen y el sonido de la tecnología puntera fueron condenando al olvido las tardes en el Rosalía, sin créditos ni epitafio. Hoy lo único que queda para recordarlo es una fría pared de cemento. A veces me pregunto si del tamaño perfecto para albergar unos últimos fotogramas. «The end».