La muerte del suicida diario

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

RIBEIRA

28 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La luna había vuelto a apagar todas las colillas en sus ojeras. «Tengo el alma vacía, de hoy no pasa», pensó al levantarse. «Esta noche me tiraré por el balcón, lo juro», dijo a su reflejo en el espejo del baño. Se vistió y se marchó a trabajar.

En el trabajo estaba todo lo que esperaba: las horas de cemento, las sonrisas de arena, el ordenador que extiende su color gris a toda la oficina, a toda la gente, a todos los días que son el mismo día: una fotografía insoportablemente cotidiana y, a la vez, un puzle que va cayéndose a trozos, dejando ver el innominable horror que se esconde tras la realidad. Acaba la jornada y la náusea sigue ahí.

Llega a casa, duda de si debería morir vestido de chándal o de traje. Abre la puerta del balcón y contempla la altura. Cierra los ojos. Inspira. Coloca sus manos sobre la barandilla. Hay que saltar. Lo juraste, hay que saltar. Un pequeño impulso… pero la vida entera no pasa por sus ojos, como dicen que sucede cuando vas a morir, ni redención, ni libertad. Solo terror, solo miedo.

De su rostro desencajado surge un llanto sordo, «¿por qué?, ¿por qué?». Va a por un vaso de agua y la pastilla para dormir, se recuesta en el borde de la cama y le suplica un beso al olvido. Mantiene los ojos abiertos, viendo cómo fuma la bailarina mortal, humeando el cielo nocturno hasta que amanece.

La luna había vuelto a apagar todas las colillas en sus ojeras. «Tengo el alma vacía, de hoy no pasa», pensó al levantarse. «Esta noche me tiraré por el balcón, lo juro», dijo a su reflejo en el espejo del baño. Se vistió y se marchó a trabajar.