La huella de un amor desconocido

Antón Parada CRÓNICA CIUDADANA

RIBEIRA

09 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Florentino y Fermina se habían criado en la misma Ribeira que les vio crecer. En el corazón de la ciudad, las ventanas de sus habitaciones estuvieron siempre enfrentadas, por eso los comienzos de su relación se habían relegado al cruce de miradas furtivas y al correspondiente sonrojo cuando los iris se alineaban el uno con el otro. Pero, al llegar el momento de acudir al colegio, la fortuna quiso que a pesar de la proximidad de sus hogares, ni la parada de autobús les coincidiese. Por ese motivo, la condena de mantenerse en un anonimato de atrezo se prolongó hasta el instituto.

Aquella vez fue la maldición del alfabeto y el cruel código de barras familiar que imponen los apellidos los que levantaron una muralla entre el aula de primero A y la de primero D. Sin embargo, cada vez que sonaba el timbre, los dos protagonistas de esta historia acudían a sus respectivas puertas para mantener el ritual fingido, que mantenían desde hacía años. Florentino, hijo de un humilde factótum a medio gas entre la carpintería y la albañilería, prefería empuñar el lápiz para sacarle las medidas a un poema antes que a un listón de madera. Fermina, hija de un respetable abogado, prefería alzar su voz en público para recitar los inmortales párrafos de Sófocles que para enunciar los argumentos jurídicos de Ulpiano.

La aversión por lo que parecían sendos futuros escritos por la mano parental fue su punto de encuentro, en una pasantía en la que los deberes se transformaron en correspondencia de un amor entre falsos desconocidos. El lapso de tiempo fue ideal para que el idilio brotase, pero la marcha a la universidad de ella nunca llegó a permitir que llegase la cosecha. Mientras tanto, Florentino se quedó en su hogar y bajo la batuta de su padre no tardó en ser invitado a incorporarse a la obra, cambiando los versos por la espátula. Cuando Fermina regresó de Compostela, no tardaría en dejarse ver con un maletín de letras doradas que anunciaban el bufete de papá. Un buen día, un encargo llevó a Florentino a tener que colocar el rótulo del despacho de Fermina junto al telefonillo del edificio. Ella nunca lo supo, pero mientras deslizaba la cola no pudo evitar dibujar un «Te amo» sobre la parte trasera, antes de fijarla a la pared. Pasadas las décadas, sus vidas terminaron por separarse hasta que llegó la hora de renovar el cartel y fue entonces cuando la actriz del poeta del pegamento halló la huella que había dejado el mensaje oculto. Del revés, como lo había sido siempre su historia.

Quisiera contarles que este relato es cierto y no un simple detalle que el autor de esta crónica advirtió en la calle, mas solo son restos de cola de un cartel arrancado. Pero, ¿acaso no es ese un reflejo de la vida que tantos no pudieron elegir?