17 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La Navidad es esa época de amor y júbilo donde yo, estudiante ribeirense, voy a tener que trasegar más folios que una planta de reciclaje. Las últimas semanas antes de los exámenes de enero vienen colmadas de cafeína y tila, de apuntes manchados de turrón, de hacer sitio en el cerebro olvidando el nombre de algún primo lejano, de miopía, ansiedad y gastroenteritis.

Así que después de que mi padre pregunte qué tal va el cuatrimestre y le mienta con un poco creíble «bastante bien», decidiré que mañana sin falta empiezo a estudiar. Tres días más tarde comenzaré y nada me desviará del camino del guerrero esta vez. Nada, excepto los villancicos con los que el Concello ha tenido a bien alegrarme, que atruenan la calle como un concierto de Iron Maiden. Por tanto solo me queda un refugio: la biblioteca municipal.

Cuando entro en ella veo que está llena de gente dejándose ahí los codos, las neuronas y el alma, constatando lo necesario que es este servicio público en estas fechas. Allí estarán todavía algunos de los chavales que el pasado año consiguieron ampliar el horario de apertura, primos mayores de esos adolescentes del instituto Número Un que se reúnen a charlar de literatura de manera voluntaria. Los dos procesos que más me han conmovido este año, ambos son patas de la misma mesa. El empoderamiento cultural de la juventud es el verdadero espíritu navideño. 

Batman nos decía que para curar el alma de Gotham no era necesario llevar máscara, sino valentía y buena voluntad. Puede que la salvación de Ribeira se encuentre entre los folios de estos chavales, héroes sin antifaz.