Delfina, a sus 106 años no perdona los churros el domingo y canta «A Rianxeira» cuando está contenta

Marta Gómez Regenjo
Marta Gómez NOIA / LA VOZ

NOIA

La noiesa, de Orro, peina canas desde que es centenaria: «A filla deixou de teñirme, gustábame máis o pelo negro, pero agora hai unha chea delas con el branco»

10 jul 2024 . Actualizado a las 11:09 h.

Cuando uno habla con Delfina siente como si estuviera ante su propia abuela. Es de esas abuelas que inspiran ternura, que ha vivido mucho y de todo, seguramente algunas cosas malas y tiempos difíciles, pero que sonríe todo el tiempo porque está agradecida con la vida, porque a sus 106 años de edad no puede pedir más. Simpática a más no poder, tiene esa forma de hablar, con naturalidad, franqueza y sencillez, que dan los años. No perdona los churros para desayunar los domingos, duerme «ata que me farto» y cuando está contenta se arranca a cantar A Rianxeira. Es Delfina Agrafojo Rodríguez, la abuela de Noia: «Para o ano fago 107, non hai outro por aquí coma min».

Cuando se le pregunta por el secreto de la longevidad, ella se encoge de hombros y sonríe. Aunque le falla el oído y desde hace un par de años va en silla de ruedas porque sus piernas no tienen fuerza ya para sostenerla, no tiene graves problemas de salud. De hecho, cuenta que toma cinco pastillas al día y come de todo, hasta tocino si le dejan, «con freba», eso sí. Por supuesto, comió tarta de su 106 cumpleaños, que celebró el pasado 22 de mayo, y claro está, los churros: «Ninguén os come e teño que comelos eu», espeta ante las risas de su yerno y dos de sus nietos, que cuentan que todos los domingos van a Noia a comprárselos a propósito.

El día a día

En cuanto al resto de la semana, explica con su buen humor que no hace gran cosa: «Durmo ata que me farto. Ante traballaba moito, agora non traballo nada. E aínda gracias se cobro algo aínda, que cando morra xa non cobran nada por min», y se ríe. Lo que lamenta es no poder salir más: «Gustábame ir á aldea, pero non me levan. Teño alí ás primas e sobriñas». La sacan a pasear o a la azotea cuando hace buen tiempo, pero últimamente no ha podido salir por un problema en la piel por el que no podía darle el sol.

A cuentagotas, van asomando los recuerdos del pasado. Su nieta Lorena la ayuda en su relato, preguntándole cómo y dónde conoció a su abuelo, por el caballo que tenían en casa o qué hacía de joven. Como tantas otras mujeres de Noia, Delfina se dedicó a trabajar la tierra y al berberecho: «Tiñamos dúas vacas para labrar as leiras, ir ao monte ao batume co carro e daban leite. Ía vender o leite a Noia cunha caldeireta grande que levaba na cabeza». El trabajo en la playa no era menos duro: «Agora vanlle buscar o berberecho, pero antes traiámolo ao lombo ao camión para envasar, moitos quilos».

Cuenta alguna anécdota aislada de sus años de juventud, como una vez que estuvo cerca de ahogarse cuando la arrastró la corriente, «dei saído na punta dos pés, dábame a auga por aquí», explica señalando la barbilla.

Dice que no presume de guapa, pero lo cierto es que en su juventud no le faltaron pretendientes. «Cantos mozos tiveches?», le pregunta Lorena, a lo que Delfina contesta riendo: «Tiven os que quixen, máis ca ningunha». Pero al final se decidió por Antonio Dosil. «Tiña que escoller un», cuenta. Los recuerdos sobre dónde y cómo conoció a quien fue su compañero de vida son un poco difusos, pero sí sabe que era herrero, que trabajaba en una fragua cerca de Orro. De esa unión le quedaron tres hijos: «Chegan ben, para que me rompan a cabeza».

Tiene cuatro nietos, que le han dado otros cuatro bisnietos, y en casa convive con dos de sus hijos, su yerno y sus nietos Jorge y Lorena. Señala a esta última para apuntar el trabajo que le dio cuando era pequeña y la cuidaba mientras sus padres trabajaban: «Esta era unha chorona, sempre andaba chorando, tiña que andar con ela no carro seguido». «Cando volvíamos dicía que non quedaba máis con ela», corrobora el padre de la criatura. Sin embargo, ahora la llena de orgullo: «Esta moito me quere», la señala con una sonrisa socarrona.

Su nieta siempre le dice lo guapa que está, y aunque Delfina asegura que no presume de guapa, cuando superados ya los cien años dejaron de teñirle el pelo no le gustaba demasiado verse así: «Dicía que parecía unha vella», cuenta entre risas Lorena. Delfina se encoge de hombros resignada: «Agora deixoumo así. A filla deixoume de teñir, gustábame máis o pelo negro, pero agora tamén hai unha chea delas con el branco». Así que, sin quererlo mucho, la centenaria va a la moda.

El caso es que la abuela de Noia se sabe querida por los suyos, aunque «eu tampouco lle quero mal a ninguén», sentencia. Y se despide hasta el próximo cumpleaños: «Veremos se chegamos alá». Ojalá que sí.