La otra historia de Santa María A Nova

NOIA

CARMELA QUEIJEIRO

El camposanto noiés tiene mucho que contar más allá de las laudas gremiales

03 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El cementerio de Santa María A Nova es uno de los más emblemáticos de la zona. Las laudas gremiales que alberga tienen buena culpa de ello, pero el camposanto noiés, en el que casi no cabe ya ni un alma más, tiene otras historias interesantes que contar, relatos que hablan de vecinos y que casi siempre quedan eclipsados por el peso de las lápidas medievales que siguen ocupando la necrópolis.

Y es que, aunque algunas de ellas se conservan en el interior de la iglesia de Santa María A Nova, otras están apiladas en el exterior del templo, y otras muchas permanecen enterradas y emergen con las nuevas inhumaciones. El espacio en el camposanto escasea así que hay familias enteras que descansan bajo la misma lápida; están tan pegadas unas a otras que incluso cuesta pasar por el medio. En vista de esto no resulta extraño que en su momento ?cuenta la enterradora que con esto de la crisis la demanda ha descendido? hubiera personas dispuestas a pagar entre 6.000 y 10.000 euros por hacerse con una de las codiciadas parcelas como última morada.

Un recorrido por el cementerio permite «conocer» a algunos de los vecinos que ocupan Santa María A Nova. Hay difuntos pertenecientes a los linajes de más abolengo, dos padres franciscanos que no quisieron abandonar Noia tras su muerte y se hacen compañía bajo lápidas contiguas, e historias tan entrañables como la del fiel perro de Alejandro Méndez, que durante meses visitó a diario la tumba de su dueño.

Nombre propios

Hay también historias que, aunque sean fruto de la casualidad, no dejan de resultar un tanto inquietantes, como la de una familia que enterró a tres de sus miembros el mismo día, el 27 de noviembre, pero en distinto año. O la que contaba una vecina sobre la exhumación, hace décadas, del cadáver de una mujer con un cuchillo clavado en la cabeza y un bebé en brazos.

Y también hay relatos con nombre propio. En Noia, muchos recordarán aún a José Arufe Louro pese a que pronto se cumplirán 25 años de su muerte. Se dedicaba a repartir periódicos, y estaba tan convencido de la importancia de su labor que se consideraba a sí mismo periodista. Incluso apareció en algún reportaje de la prensa escrita. Así que cuando murió se puso en su lápida, hoy abandonada, una inscripción con su profesión.