La profesora Maruja era extremadamente buena y amable, comprometida con el magisterio que impartió a decenas de niñas que todavía hoy la recuerdan con cariño. Sus gafas oscuras no taparon una personalidad inolvidable para Boiro y varias generaciones de mujeres. Su tono de voz sosegado transmitía paz. Su sonrisa, cosechaba cariño. Y su compromiso social multiplicaba hasta el infinito todo su ser.
La profesora Maruja, además de católica practicante, se implicó siempre a fondo con la parroquia, asumiendo la organización de la Semana Santa, con especialmente dedicación al vestuario de los participantes, así como otras actividades, como los festivales navideños, o la catequesis. Su dedicación a la Iglesia la hizo acreedora de la Cruz Pontificia que le concedió el Vaticano en el 2012 y le fue impuesta por el arzobispo Julián Barrio.