La belleza nos extravía

BOIRO

05 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Recordáis compañeros cuando de pequeños escribíamos en el vaho de las ventanas los nombres de las niñas que nos gustaban en secreto? Esta mañana, antes de salir a la calle grabé una frase que leí en un verso de Anne Carson: «La belleza no descansa». Salgo de casa para pasear lo que acabo de leer: La inmediatez ética de la belleza, uno de los 10 capítulos de Lluvia oblicua, el impagable libro del filósofo santiagués Ignacio Castro Rey, que la editorial Pre-Textos colocó en las librerías antes del estado de alarma. Camino y rememoro: en la última versión cinematográfica de King Kong, uno de los protagonistas dice que fue la belleza la que mató a la bestia enamorada de una hermosa mujer. También algunos seres humanos han caído heridos por la belleza, «no han sido capaces de sobrevivir a su belleza, sobre todo si no se han ‘conformado’ con ella y con la admiración que generaba», corrobora el pensador de Santiago. Quien un poco más adelante añade: «Quien se ha criado herido por la belleza se hace continuamente preguntas solitarias, exigiendo un horizonte de perfección palpable que le hará la vida muy difícil».

A todos nos ha maravillado casi siempre una buena parte de la impresionante cultura egipcia, griega, romana o azteca, aunque no sepamos realmente por qué. Pero tal vez sea porque no deja de ser también una reflexión sobre el misterio de la belleza en este mundo imperfecto. Recordemos que en una obra contemporánea como el Ulises de Joyce un personaje dice: «El sentido de la belleza nos extravía». «En efecto -afirma Castro-, ante la belleza nos quedamos paralizados, indefensos ante un momento que lo junta todo, sin resto de separación, de odio, y luego nos cuesta volver a engancharnos a la cadena de miserables oposiciones que tejen el mundo profano». Es decir, nuestro día a día.

Tengamos en cuenta además que en medio de las polémicas o incluso los escándalos que ha causado y causa el arte contemporáneo, nos seguimos preguntando: ¿Cómo se sabe que algo es arte o no? Se han dado muchas respuestas. Se dice que el público, la humanidad es quien en el tiempo sitúa las cosas en su sitio, dicta lo que es bello o no, arte o no. También se nos asegura que sobre gustos no hay nada escrito. Y es cierto. Pero no nos parecen criterios infalibles, incluso con la supuesta inteligencia de los mercados y el papel comunicador de los expertos. Sin embargo, Castro escribe: «Es arte aquello que incluso hoy, a favor o al margen de las habladurías, nos para, divide el día e interrumpe el comentario social ininterrumpido».

En tal sentido, fijémonos en que buena parte de las novelas o de las películas que tendríamos que leer o ver jamás conocerán el aplauso del público mayoritario. Pero nadie nos garantiza que lo que nos cambia haya de ser mundialmente reconocido. Si así fuese, entonces el arte no habría nacido para generar una comunidad. «No solo la belleza natural, sino también el arte culto crea un insólito encuentro muy difícil de lograr por otros medios», explica el crítico compostelano. Y en este punto, tal como muchas veces se interpreta entre nosotros, tampoco el arte es una materia más, como otra asignatura cualquiera, reservada para especialistas. A propósito de esto, parémonos un instante delante de La fragua de Vulcano de Velázquez o ante La escada de Jacob de Diego de Ribera. ¿Cómo podemos entrar en la inagotable serenidad de algunos de los rostros plasmados en los lienzos? Contemplándolos, podemos preguntarnos: ¿qué busca la humanidad en estas y otras obras para que en torno a ellas gire tal cantidad de especulaciones, expectativas, poder y dinero?