La arqueología del contrabando de tabaco

Marta Gómez Regenjo
Marta Gómez RIBEIRA / LA VOZ

BOIRO

CARMELA QUEIJEIRO

El litoral barbanzano esconde los vestigios de la infraestructura utilizada en los años 80 y 90 para esconder la mercancía, oculta en profundos zulos en zonas como Neixón

18 may 2018 . Actualizado a las 22:26 h.

La ficción televisiva ha vuelto a poner el foco en la ría de Arousa, convertida durante años en un circuito que surcaban planeadoras cargadas, primero de tabaco y, más tarde, de droga, sorteando bateas y la vigilancia de las fuerzas del orden. Todo esto, que no era ningún secreto, ha vuelto a la actualidad en los últimos meses, pero lo que quizá muchos no saben es que el fantasma de ese comercio ilegal sigue muy presente en el litoral barbanzano, y no solo en el recuerdo de quienes vivieron aquella época. Todavía quedan vestigios de la infraestructura utilizada para esconder la mercancía, una suerte de arqueología del contrabando que cada vez está más escondida.

Uno de los puntos calientes del comercio ilícito del conocido como rubio de batea era Neixón. Por su orografía, por su situación en el fondo de la ría y por encontrarse en un lugar apartado de las viviendas, era el lugar idóneo para esconder el tabaco. El monte de este enclave boirense atesoró en los años ochenta y principios de los noventa miles de cajetillas ilegales guardadas a buen recaudo en profundos zulos que aún hoy se identifican, aunque cada vez es más difícil.

Desviándose del camino que conduce al castro de Neixón, adentrándose en el monte y a apenas unos metros del centro de interpretación, se llega al mar. Allí, en medio de los árboles y cubierto por ramas y hojarasca seca se adivina la entrada a uno de la media docena de zulos que se cree que hay en esa zona. Aunque a simple vista no lo parece y podría pensarse que es un agujero en el suelo sin más, no lo es, bajo tierra se esconde un cajón de batea de madera: «Para facer iso hai que ser moi artista, fai falta maquinaria e aquí daquela non había máis que camiños de pé», cuenta un veterano hombre de mar que conoce el litoral entre Boiro y Rianxo como la palma de la mano.

Grandes dimensiones

Dicen quienes saben de esto que un cajón de batea tiene un diámetro de unos 2,5 metros, así que el agujero que hay que cavar para esconderlo no es moco de pavo. De hecho, en las inmediaciones se adivinan grandes montículos de tierra: «Posiblemente sexa o material procedente da escavación que se fixo para o zulo», explica un boirense conocedor del entorno, que cuenta que «non hai moito andaba a tapa de metal que pechaba o zulo cun cadeado por aí tirada».

Esta afirmación la refrenda un mariscador rianxeiro que durante años trabajó en esa zona y que no se explica cómo alguien pudo hacer esos búnkeres sin ser visto: «Iso foi asombroso, que aparecera iso en Neixón deixoume sorprendido. O finado de meu pai, meus irmáns e máis eu andabamos moito ó camarón por aí e iamos camiñando todo pola beira do mar e polo monte e nunca vimos nada, ata que un día vimos a terra que sacaron entre os loureiros». Esa zona además era muy concurrida: «Como houbera marea viva ía moita xente ás pedras coller mexillón. Ou os fixeron en días de temporal ou non sei...».

Pese a ello, no es fácil llegar a uno de esos escondites desde el mar, y mucho menos descargar la mercancía que viajaba por la ría en planeadoras. En ese punto de la península boirense, el litoral es escarpado y tiene una altura considerable, así que exige una pequeña escalada para alcanzar el zulo.

No es el único que hay, aunque son difíciles de identificar. Otro boirense que conoce bien la historia del tráfico de tabaco lo cuenta: «Haberá 20 anos que apareceron dous ou tres zulos alá onda o castro pequeno, ben feitos e todos forrados de madeira».