Rafael Pérez: «Mi abuelo fue enterrado en vida en el campo de concentración de Karagandá»

María Xosé Blanco Giráldez
m. x. blanco RIBEIRA / LA VOZ

A POBRA DO CARAMIÑAL

CARMELA QUEIJEIRO

Viajaba en el barco San Agustín y lo mataron a los 49 años por coger una patata

01 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida de muchas personas está marcada por tristes capítulos del pasado que empañan el presente y que, pese al fluir de los años, son difíciles de borrar. Le ocurre al pobrense Rafael Pérez y a sus hermanos. Su abuelo falleció en un campo de concentración soviético, el gulag de Karagandá, y pese a que ya han transcurrido más de siete décadas, son incapaces de pasar página. Quizás por lo injusto que fue aquel fallecimiento o puede que porque nunca fueron capaces de reconstruir todo lo ocurrido. De hecho, no descartan viajar a Rusia para rendirle un último homenaje, extensible a todos los que, como él, fueron enterrados en vida.

Nacido en 1893, Ricardo Pérez Fernández era uno de los tripulantes del Cabo San Agustín, una embarcación de la Marina que fue enviada a Odesa para recoger un cargamento de la Unión Soviética y trasladarlo a España. Cuando el buque se encontraba en plena travesía, estalló la Guerra Civil española. A la altura del mar Negro, el barco fue apresado y Stalin ofreció a los marineros la posibilidad de regresar a la España de Franco o quedarse allí. Pensaron que la oferta era sincera e incluso votaron, la mayoría por la vuelta, pero su opinión no fue tenida en cuenta y acabaron en los campos de concentración.

«Allí fueron esclavizados con duras jornadas de trabajo, mientras pasaban hambre y eran sometidos a constantes palizas», explica Rafael Pérez, que ha conseguido reconstruir parte del capítulo más amargo de la historia de su familia gracias a los relatos de los pocos que consiguieron volver a casa. Su abuelo no tuvo la misma suerte: «Según nos contaron, a ellos les daban una patata cruda para comer y, en una ocasión, mi abuelo cogió una y escondió otra. Uno de los guardias le propinó tal culatazo con el arma que murió».

Cartas rescatadas

Ricardo Pérez tenía 49 años cuando falleció en Karagandá, el 12 de febrero de 1949. Pese a que durante su estancia en el campo de concentración nunca logró contactar con su familia, algunos de sus compañeros en aquel infierno sí que rescataron cartas que años después entregaron a su viuda, en las que relataba las penalidades que allí estaba sufriendo. Los pobrenses habían recibido una comunicación oficial en 1954, confirmando la muerte.

Aunque Rafael Pérez no fue consciente en su momento de cómo la tragedia se estaba cebando con los suyos, sí tiene oscuros recuerdos de su infancia: «Era pequeñito, pero me acuerdo del nerviosismo de mi padre, de los rumores que llegaban a casa». De hecho, no fue hasta hace una década cuando se liberaron una serie de archivos soviéticos que habían permanecido clasificados, cuando esta familia de A Pobra pudo encajar las últimas piezas del puzle, poniéndole nombre al gulag en el que había muerto Ricardo Pérez, cuyo cuerpo acabó en una fosa común.

Su nieto asegura que fatalidades como esta marcan para toda la vida a las personas: «Mi padre falleció con 96 años y se pasó toda su vida buscando a mi abuelo. Se quedó con esa espina clavada. Toda la información que tenía se la había facilitado José Pérez, otro pobrense que estuvo preso en Karagandá, pero que sobrevivió y logró volver a casa».

La historia de este vecino de a Pobra sigue llena de incógnitas, a las que no hace mucho se sumó una más. Al lado de la tumba del padre de Rafael Pérez apareció una foto de su abuelo con un poema escrito por detrás: «Nunca supimos quien la había puesto allí». Aunque la injusta historia de este pobrense será difícil de olvidar, sus familiares tratan de cerrar la herida con un último homenaje. Otra de sus nietas, Eva Pérez, tiene en mente viajar a Karagandá y, en nombre de todos los suyos, depositar un ramo de flores en el monumento que se levantó en la memoria de los allí fallecidos.