Lejos de quedarse quieta, la piscina se convirtió en su salvavidas; y, brazada a brazada, hace unos días se colgaba en París su medalla olímpica número 28
05 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En este oficio de juntar letras para contar historias se suelen cruzar en el camino muchos individuos singulares, algunas personas muy interesantes y unas pocas excepcionales que recuerdas toda la vida. Hace unos años tuve la fortuna de poder entrevistar a la nadadora paralímpica Teresa Perales y me cautivó su forma de enfrentarse a todos los obstáculos que se le ponían por delante, por muy altos que fueran. Perdió a su padre siendo una adolescente y poco después una enfermedad la sentó para siempre en una silla de ruedas. Lejos de quedarse quieta, la piscina se convirtió en su salvavidas; y, brazada a brazada, hace unos días se colgaba en París su medalla olímpica número 28. Casi nada.
Recuerdo perfectamente aquella conversación que mantuve con ella. Lo primero, por la situación en la que se produjo: al principio me dijeron que tenía una agenda tan apretada en su visita a A Coruña que no podía entrevistarla, pero luego me llamó directamente cuando yo iba conduciendo. Paré en el párking de un supermercado para atenderla y durante los apenas diez minutos que duró la charla no dejó de dar lecciones de vida.
Luchar siempre por lo que uno quiere, no dejar pasar los golpes de suerte y pensar a lo grande «para transformar las cosas» fueron algunas de las frases que aquel día apunté en mi libreta sobre el salpicadero del coche, y que Perales ha seguido repitiendo y cumpliendo todos estos años. Solo así se explica que esta sirena de Zaragoza se haya convertido en un ejemplo de superación que muy pocos podrán igualar, porque hace falta mucha fuerza de voluntad para alcanzar a Teresa Medallas.