Seguridad ciudadana, por favor

José Vicente Domínguez
josé vicente domínguez LATITUD 42°-34’, 8 N

BARBANZA

20 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos 15 años, mi invitado americano Mr. Wrenn se sorprendía de no ver policía en las calles y pueblos de Barbanza. Y yo me vanagloriaba diciéndole, con una sonrisa, para no ofender, que no estábamos en Carolina del Norte, de donde él procedía. Lamentablemente, si las recientes noticias como las de arrancar una oreja a mordiscos o marcar la cara con una navaja tipo Al Capone llegasen a su conocimiento, seguro que el pragmático Mr. Wrenn también me dedicaría una sonrisa sin ofender.

Recuerdo tiempos pasados, cuando la natural virilidad afloraba por encima de la educación, que los únicos enfrentamientos consistían en pequeños conatos de peleas entre jóvenes de diferentes parroquias, deseosos de mostrar su hegemonía y güevismo.

Pero aquellas confrontaciones que se producían en las fiestas o durante los juegos, no pasaban de «faime a molla si te atreves!» o «písame a raia si tes güevos!» y poco más que añadir. Más tarde, ya un poco mayores, después de los primeros empujones y algún que otro fallido sopapo, surgía el juvenil y no tan juvenil grito bravío: «Ajarrade de min que o mato!». Expresión que venía a decir: «Separadnos por favor!».

La verdad es que había unas normas no escritas, según las cuales no se podían utilizar ni peligrosas patadas ni arma alguna ni pegarse con quien tuviese las gafas puestas: «Quita as lentes!» —se le decía antes de arrearle el primer sopapo— y si no se las quitaba, ya no había pelea. Lo de sacarse bruscamente la chaqueta y dejársela a algún amigote de los que estuvieran allí formando el consabido círculo, era parte de la escenificación. «Non valen pedras nin paus nin morder!» era otra de las normas. En aquellos tiempos sin televisión, las mentes no estaban obnubiladas por las drogas ni por violentos juegos informáticos; aunque el vino y los cubatas produjesen su negativo efecto, el sentidiño superaba al animal. Además, en aquellos tiempos, después de la fiesta, la juventud tenía que trabajar, cosa que, por desgracia, ahora no sucede.

Hoy, ante el incremento de delincuencia, no sirve que la policía se encomiende a San Gabriel Arcángel, por mucho que durante la fiesta del patrón se saquen estadísticas favorables de disminución de actos delictivos para congraciarse con los mandos políticos e imponer medallas. No, no es eso. Ni me tranquiliza la pasividad y falta de protesta activa ante la carencia de medios. «Fai uns días roubáronlle a bicicleta a un compañeiro meu». Me contestó un policía nacional, a modo de consuelo, cuando denuncié un robo en mi finca.

No cabe duda de que la educación cívica es el gran antídoto contra la violencia. Pero mientras tanto, antes de que el vandalismo se desmadre, es necesario recurrir a acciones coercitivas. Y tales acciones consisten en una mayor presencia policial, para poder evitar la barbarie en forma de agresiones sexuales, robos, pérdida de orejas y cortes en la cara.