José Ramón Mosquera: «No todas las parroquias pueden recibir misa todos los domingos»

Carlos Portolés
Carlos Portolés RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

CARMELA QUEIJEIRO

José Ramón Mosquera tiene en total 8.000 feligreses en media docena de parroquias

20 nov 2022 . Actualizado a las 17:19 h.

Quedan lejanos los tiempos en los que cada pequeño pueblecito tenía su propio cura. En lo nuevos tiempos escasea la curia, y los clérigos de las comarcas rurales tienen que aprender a multiplicarse para estar en todas partes.

José Ramón Mosquera lleva seis parroquias barbanzanas, cubriendo un total del 8.000 feligreses —San Pedro de Boa, San Martín de Miñortos, San Juan de Camboño, San Sadurniño de Goiáns, Santa María de Nebra y San Vicente de Noal—. Cuando se es pastor de tan extenso rebaño hay que aprender a priorizar. Saber lo que es imprescindible y lo que no. «La escasez hace que los que somos tengamos que hacer más esfuerzo», comenta Mosquera.

Para mucha gente mayor, comulgar cada domingo es algo imprescindible. Una necesidad espiritual que, por la fuerza del hábito, acaba tornándose casi en fisiológica. El problema es que un solo cura no puede dar seis misas dominicales distintas en seis parroquias distintas. «Me da muchísima pena, pero somos humanos y no damos más de sí. Hubo una temporada en la que intenté hacer la media docena de oficios cada domingo, pero mi salud se resentía. No era viable. Ahora a las iglesias más pequeñas voy dos domingos al mes. No todas las parroquias pueden tener misa todos los domingos», explica José Ramón.

Mosquera atribuye esta carestía de hombres de sotana a varios factores. Uno de los más importantes es la dificultad que a menudo encuentra la iglesia de suscitar el interés de los jóvenes. «Hace años teníamos en la zona a más de 80 chicos al año en catequesis. Ahora tenemos una media de poco más de 20. Yo intento hacer atractivo el mensaje para que los jóvenes se acerquen y se interesen», explica.

Una solución que ha encontrado Mosquera para lidiar con toda esta problemática es apoyarse en los vecinos más involucrados en la vida eclesiástica. Delegar funciones entre los que están dispuestos a echar una mano. «Yo soy partidario de que los templos los cuidemos entre todos. En cada parroquia hay un sacristán que se encarga del cuidado del edificio, luego hay otros que se encargan de la catequesis o de lo que puedan aportar. Tenemos reuniones periódicas y conjuntamente lo sacamos adelante», señala.

Pero, no por tener que atender muchos frentes, José Ramón ceja en su empeño de prestar atención a todos y cada uno de sus parroquianos. Siempre encuentra un hueco para escuchar los problemas, las preocupaciones y las inquietudes de las almas que necesitan ser arropadas espiritualmente.

En eso es particularmente bueno —«de la vieja escuela», dirían algunos—. Su cabeza es una enciclopedia llena de historias. Le preocupan los ancianos. Sobre todo aquellos que se sienten más solos. Para él, confiesa, es un absoluto placer sentarse con la gente más mayor, que le cuenten cómo eran antes las cosas: «Se aprende un montón escuchando. Les pregunto cosas, les pido que rememoren los tiempos en los que fueron más felices. Les ayuda a sentirse mejor».

Un cura bueno

Porque un cura, uno bueno, es también una persona que ayuda a reconfortar. Que acompaña incluso en aquellos sufrimientos que son inevitables. Esa es la filosofía de José Ramón. Hacer de la cercanía su seña de identidad, para que así los feligreses sepan que, si necesitan una mano tendida, siempre tendrán la de su sacerdote.

«La labor más importante que tenemos es la de escuchar y empatizar. Es una forma de ayudar, de compartir la carga con el otro. Muchas personas vienen a mí contándome sus problemas. Yo, desde la experiencia, trato de ponerles en el camino a seguir», dice.

A los que no visten el alzacuellos a veces se les olvida que los curas no nacen siendo tal. Ellos han tenido una vida previa. Han sido hijos de un padre y una madre, han jugado en los parques, han sido jóvenes —algunos, incluso jóvenes rebeldes—. De su vida pasada, José Ramón Mosquera atesora cálidas y tiernos recuerdos. «Vengo de una familia humilde, pero siempre salimos adelante con esfuerzo y trabajo. Afortunadamente, nunca me falto comida», rememora.

En eso también cumple la iglesia una función esencial. La de ser un parapeto que recoja y ayude a los hogares más desprotegidos. «Hay gente que se queja de Cáritas, pero en las parroquias hacemos una gran labor ayudando a las familias que lo están pasando mal», señala. Incluso en el aspecto psicológico, cree José Ramón, la vida espiritual brinda estabilidad. La fe como algo firme a lo que agarrarse en tiempos inciertos. Un faro que da las señas para dibujar la cartografía de la existencia.