Los datos sobre el estado de las empresas de Barbanza que en las últimas semanas analizamos en las páginas de esta edición son una bocanada de optimismo que no debe confundirnos, porque pertenecen al 2020, sí, en plena crisis del covid, pero antes de la crisis de los microchips, de la crisis del transporte, de la crisis de la guerra y seguro que aún me queda alguna otra crisis ahí olvidada, a consecuencia de las que, posiblemente, en el 2024, cuando analicemos los datos del Ardán del 2022, nos encontremos con otro panorama. No obstante, si repasamos la historia de los últimos cincuenta años veremos que hubo un montón de crisis que nos hicieron temer lo peor, y el resultado fue totalmente a la inversa, gracias al empuje de grandes y pequeños empresarios, de autónomos y también de los trabajadores que supieron sacrificarse para salir reforzados y llevarnos a un estado de bienestar sin parangón.
A esos mimbres me aferro para pensar que saldremos de esta y de otras que vendrán, porque como señala el dicho, aquello que no te mata, te hace más fuerte, o, más popularmente, «o que non mata enjorda», pero para que sea así hace falta unidad y comprensión, ayudar al que caiga en el camino para que se levante y siga andando hacia el final de un túnel en el que se ven luces, pero quizás no sean las del fondo.
Mientras no llegamos a ese ansiado final, prefiero recrearme en los balances económicos extraídos de ese excelente estudio que realiza cada año el Ardán, porque tanto número son las fibras de un músculo empresarial que invita al optimismo y que son el orgullo común de Barbanza.