Texas

Alicia Fernández LA CRIBA

BARBANZA

JACK GRUBER / USA TODAY NETWORK | REUTERS

27 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque nos pilla lejos percibimos de forma nítida la dimensión de la tragedia vivida en una escuela primaria de Uvalde (Texas). El segundo tiroteo con mayor número de víctimas en la última década y el último de los 900 que han tenido lugar en ese mismo período. Cada uno de ellos provoca reflexiones y estudios sobre el por qué una persona puede llegar a tal grado de violencia.

Lo que sí resulta evidente es que para llevarlo a cabo es necesario poseer un arma, a lo cual, en Estados Unidos, tiene acceso casi cualquier persona en base a la Segunda Enmienda a su Constitución (aprobada en 1791, en unas circunstancias que nada tienen que ver hoy con las de cualquier país civilizado). Pero los estadounidenses, quizás por aquello de su corta historia como nación, se muestran totalmente reacios a cualquier modificación de lo legado por sus ancestros; aunque sea un sinsentido o un disparate en el presente.

Pero no los miremos por encima del hombro. Salvando las distancias o las consecuencias, aquí ocurre lo mismo con lo aceptado —tanto de forma escrita en la Constitución como de forma tácita en la escenografía— en un período mucho más reciente de nuestra historia, denominado Transición.

Tanto una cuestión como otra son símbolo de inmadurez. Muestran la falta de seguridad necesaria para hablar de los asuntos más delicados. Aquí, como sucede allí con el lobi de las armas, también hay un numeroso y heterogéneo grupo de presión que impide afrontar la situación de forma sosegada, en base a las circunstancias actuales.

Los que lo forman se presentan a sí mismos como guardianes de la esencia patria. De la suya, claro.