No hay arte pesquero malo

José Vicente Domínguez
josé vicente domínguez LATITUD 42°-34?, 8 N

BARBANZA

Un arrastrero de litoral de Celeiro, en una foto de archivo, navegando en medio del temporal
Un arrastrero de litoral de Celeiro, en una foto de archivo, navegando en medio del temporal J.P.

25 feb 2022 . Actualizado a las 20:25 h.

Valentín Paz Andrade solía mantener dos aseveraciones en relación a la pesca. En una de ellas, razonaba que ninguna especie desaparecería por razón de sobrepesca, puesto que, tan pronto como su captura dejase de ser económicamente rentable, la especie en cuestión no se perseguiría y volvería a recuperarse. Afortunadamente, hoy existen medios científicos técnicos y analíticos que permiten evaluar el estado de cada cardumen en los diferentes caladeros, anticipándonos a su posible desaparición. Las vedas locales o estacionales, al reducir la carga de un caladero, permiten la pervivencia y recuperación de cualquier animal marino comercial antes de alcanzar el riesgo de exterminio.

La otra aseveración de Paz Andrade era que «no hay arte pesquero malo si se usa correctamente». No creo que haya algún profesional que pueda disentir. La única dificultad está en la interpretación que cada gremio pesquero pueda dar a las bondades del arte de pesca que utiliza. Al palangre (a simple vista considerado selectivo por antonomasia) se le puede criticar que utilice anzuelos que permitan la pesca de especies de tallas inferiores a las ecológicamente recomendables. A las artes de enmalle se les achaca el problema de su pérdida, ocasionando una trampa mortal y permanente en el tiempo para muchas especies, a pesar de las recomendaciones de fijación de la relinga de plomos con material degradable para que, al menos, puedan permitir liberar la red aunque tengan que dejar en los fondos marinos los perjudiciales plomos. Al cerco solo puede imputársele la falta de selectividad de la talla de sus capturas debido a su diminuta luz de malla y al hecho de que, algunas veces, no eviten que el plomo y las anillas toquen el fondo cuando operan en aguas interiores.

¿Y las modalidades de arrastre? Al arrastre pelágico se le achaca su sobrepesca. Un solo barco puede pescar más bonito que toda la flota de Burela. Y, el mismo barco, dedicado a otra pesca, por su versatilidad de poder hacerlo entre aguas sin tocar el fondo, puede capturar especies lamiendo cualquier obstáculo marino, impidiendo que este actúe como necesaria protección a modo de biotopo.

Por supuesto que el denostado arrastre de fondo tal como se utiliza —y tratando de ser benévolos— dista de ser inocente. Las pesadas puertas de arrastre arando el imprescindible y necesario sustrato marino, remolcando las no menos pesadas malletas hasta llegar a los calones y al agresivo burlón que lima y daña cuanto a su paso encuentra, forman un engendro destructivo que nos hace pensar: ¿Cómo es posible que todavía existan seres vivos en los caladeros habituales del arrastre?

Y no es cuestión de vetar o desterrar este arte de pesca, tan criticado por la mayoría de las organizaciones que defienden la naturaleza. Digamos que urge hacer modificaciones que lo hagan menos agresivo. Tal vez la utilización de puertas de arrastre que no tocan el fondo, del tipo que se usa en la pesca pelágica, junto con la disminución del peso de los burlones, sustituyéndolos por ligeras cadenas, conocidas como cosquilleras, sería un importante avance. Aunque las capturas puedan disminuir al inicio de estas modificaciones, no tardarían en recuperarse y, sin duda, al reducir la potencia de los motores se aumentaría la CPUE (Captura por Unidad de Esfuerzo).

Las críticas a esta opinión las doy por amortizadas. Pero permítanme decir en mi defensa que, de las dos aseveraciones de Valentín Paz, me quedo con la segunda, siempre que se tenga en cuenta la coletilla «si se usa correctamente».