Agotados. Así llegamos todos a la recta final de este 2021. Hartos de que el virus no dé tregua. Ni en una época navideña que, a pesar de todo, sigue conservando un halo de calor, amistad y familia. Por lo menos para un servidor. Si hay hipocresía en los «próspero año 2022» y «felices fiestas» es algo que no me importa demasiado. En una sociedad cada vez más individual y egoísta, nada bueno resta.
Mientras suena por enésima vez All i want for Christmas is you, sigo convencido de que lo mejor aún está por llegar. Y de paso me pregunto cómo carajo ha hecho Mariah Carey para que aún no odiemos esa canción. Quizás sea porque aunque ahora nos bombardeen con sus acordes, durante once meses los guardan en formol, sabedores de que los grandes placeres se disfrutan en pequeñas dosis o en pequeños momentos.
A punto de terminar el año, toca reflexionar de lo que hemos vivido y aprendido. Descubrimos que nunca se debe bajar la guardia en una batalla y también que los golpes duelen, pero que el dolor pasa y que hay que seguir peleando. Rendirse no esa una opción. Pero quizás la más importante sea que, una vez pasada esta pandemia, habrá que solucionar y suturar las heridas que nos ha dejado el coronavirus, que no son pocas.
Por ello es más importante que nunca sacar algo en limpio, aunque las lecciones siempre queden difusas en la memoria. De cara al 2022 estaría bien recordarlas. Quizás algunas no las olvidemos nunca. Lo que duele, perdura. Las victorias de verdad son las que se consiguen sufriendo.
Para el próximo año, lo fundamental es no perder la esperanza. Todo lo malo termina. Lo bueno ya está llegando.