Eugenio Uriarte, esa luz

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

10 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si buscan en Google el nombre Eugenio Uriarte encontrarán múltiples entradas de sus logros académicos. Desgraciadamente, en esa virtual biblioteca de Alejandría no se menciona el que creo que es el mérito más importante del profesor Eugenio: su calidad humana.

Eugenio da una de las asignaturas más difíciles de la carrera de farmacia: la química farmacéutica. La química farmacéutica es, a grandes rasgos, un conjunto de hexágonos microscópicos enfadados que, peleando entre sí, te curan. O te matan. Una pequeña variación en un lado del hexágono convierte el fármaco de la hipertensión en una viagra. ¡Ojo! Toda esa danza molecular, que a un disléxico como yo le parecía el resultado de un estornudo de Picasso, ¡tiene sentido! Eugenio logró enseñármelo. Logró que incluso me gustara la asignatura por la que iba a dejar la carrera.

Si yo pude entender esa disciplina, una cebra puede aprender filosofía, eso sí, solo si se la da Eugenio Uriarte, el mejor profesor que he tenido en mi vida. Probablemente no sepa cuántas veces hablo con mi mujer de él. De cómo me devolvió la fe, de la bondad natural que irradia, del interés que mostró por sus alumnos… En este mundo de fast-food todavía resiste en la universidad un artesano, un orfebre de farmacéuticos.

Tantos profesores nos obligaron a memorizar cenizas grises que cuando llega alguien como Eugenio, transmitiendo el fuego, no la ceniza, la caverna deja de estar oscura y ya no piensas «he aprobado», sino «he aprendido». He aprendido química farmacéutica para siempre. Y esa antorcha, esa luz, es Eugenio.