«Después de medio año sin vernos, nos comimos a besos»

Ana Gerpe Varela
A. Gerpe RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

CARMELA QUEIJEIRO

La joven, estudiante universitaria en Madrid, pudo regresar por fin a casa

17 jun 2020 . Actualizado a las 21:34 h.

Fue al término de las Navidades cuando Celia Sineiro se despidió de su madre, Kika Fernández, con la que reside en Ribeira, y de su padre, Francisco Sineiro, para regresar a su piso de Leganés y continuar con sus clases de Diseño y Gestión de Moda en la universidad. La previsión era que volviera en Semana Santa, pero la pandemia alargó una separación que parecía no tener fin: «Hubo un momento en el que pensé que iba a quedarme varada en Madrid. Menos mal que hasta ahora no ha hecho demasiado calor, porque lo llevo fatal».

A la incertidumbre sobre cuándo podría regresar a casa se unió la de unas clases que pasaron a ser a distancia y, comenta Celia, algo improvisadas: «El curso debería haber concluido el 13 de mayo, pero se alargó. Tuve el último examen el día 10 y nos encargaron dos proyectos a mayores». Obstáculos que no le impidieron aprobar con nota.

Afortunadamente, todo acabó la noche del lunes, cuando su padre fue a recogerla a Santiago, tras un viaje en tren que también resultó algo accidentado: «En Zamora, como la línea está en obras, nos subieron a un autobús y, al llegar a Ourense, volvimos de nuevo al tren».

Conseguir los billetes fue otra batalla: «Hasta dos semanas antes, en la página web de Renfe no había. Mirábamos constantemente y en cuanto se publicaron, nos lanzamos de cabeza». Por fin, el gran momento: «Después de medio año sin vernos, nos comimos a besos», afirma su madre. Kika Fernández explica que cuando Celia llegó a Ribeira «fue a casa de su abuela Chicha a cenar tortilla».

Controles en Chamartín

Celia Sineiro cogió el tren en Chamartín para regresar a Ribeira, lo hizo junto a un compañero de piso que reside en A Pobra: «Cuando los compramos había reducción de aforo, pero luego Madrid cambió de fase y ya se pusieron a la venta todos los asientos», concreta.

Relata la incongruencia de los momentos vividos en la estación: «En los andenes había muchos policías controlando. Te preguntaban cuál era el motivo del viaje. Nosotros no tuvimos problema porque debías mostrar el DNI y figura nuestro lugar de residencia. Por si acaso, también llevábamos los justificantes de la matrícula en la universidad y del alquiler de piso. Constantemente daban avisos para que se mantuviera la distancia de seguridad, pero una vez dentro del vagón al lado de tu asiento se sentaba una persona».

La pandemia no solo ha alterado el desarrollo del curso académico, sino también los planes de verano de Celia Sineiro: «Iban a venir unos amigos para la Festa da Dorna, ahora no podrá ser».

Tras los besos y abrazos del reencuentro, Kika Fernández impuso ayer los galones a su hija: «Que en esta casa consiste en colocarle la cinta métrica». Y es que Kika regenta en Ribeira el establecimiento A Fiandeira, que realiza labores de bordado y, además, imparte clases.

La tradición por la costura debe haberla heredado Celia de su madre, ya que ha escogido como oficio el diseño de moda. Por eso, y aunque en casa no tiene que coger la aguja, su progenitora si le da la bienvenida por todo lo alto colocándole la cinta de medir sobre los hombros.

Si nada lo impide, Celia estará en casa hasta finales de septiembre, cuando deberá regresar a Madrid. Kika Fernández manifiesta que una de sus preocupaciones durante el confinamiento «era saber cómo lo llevaban en el piso. Todo salió muy bien porque pese a estar en una zona de Madrid que resultó especialmente afectada por la pandemia, ninguno resultó contagiado y, además, la cuarentena sirvió para reforzar los lazos de convivencia entre ellos».

Ahora, madre e hija deberán ponerse al día: «Debido a la modificación de las clases, trae los horarios un poco alterados y yo he estado seis meses viviendo sola. Ahora tendremos que recolocarnos las dos otra vez».

Ambas están muy unidas y en cuanto a ponerse al día con las novedades, coinciden en señalar que no hay demasiadas porque el teléfono les ha permitido acercarse en la distancia del largo confinamiento.