Crónicas del coronavirus

Manuel Blanco Ons BUZÓN DEL LECTOR

BARBANZA

19 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

M i amigo Antonio es un optimista antropológico, de los que siempre ven el lado positivo de las cosas e invocan constantemente el «no hay mal que por bien no venga», aunque con la historia del confinamiento domiciliario, lo ha sustituido por la versión «de esto saldremos mejores». Sin embargo, ayer me sorprendió cuando me llamó por teléfono con un tono tristón y alicaído. Cuando le pregunté qué le ocurría, me contó lo siguiente:

«El primer día de la nueva libertad, cogí la bicicleta y salí a pedalear por los alrededores de mi casa. Cuando circulaba por un barrio no muy lejano, como eran las ocho de la tarde, algunas personas habían salido a las ventanas y los balcones para aplaudir al éter. No se me ocurrió mejor idea que hacer una broma y saludar al público agradeciéndole tan fervorosa celebración de mi esforzada exhibición deportiva. De inmediato se desencadenó una tormenta con rayos, truenos y centellas. Menos bonito, me llamaron de todo. Recuerdo en particular a un tipo en camiseta de asas que me increpó repetidamente a gritos, llamándome payaso mientras hacía grandes aspavientos; un niño de unos doce años me obsequió con media docena de cortes de manga y una señora entrada en arrobas llegó a desearme que me atropellase un tráiler. Aterrado, me di a la fuga, encaminándome hacia las afueras de la ciudad con la peregrina idea de que la tranquilidad del campo podría resultar un bálsamo curativo. Cuando pasaba por delante de un casita de planta baja inmediata a la carretera, salió corriendo hacia mí un perrillo paticorto y barrigón, de esos que mi amigo Moncho Muros llama lambe-lambe. Como se me acercaba peligrosamente al tobillo izquierdo con intenciones no pacíficas, hice un gesto con la pierna para alejarlo, sin tocarle siquiera. En ese momento, desde el portal de la casa, el que debía de ser su dueño, un tipo barrigón, paticorto y malencarado como su can, me gritó: ‘Cabrón, no le pegues a mi perro’, acompañándose con menciones escatológicas a mis progenitores y desprecio hacia mi supuesto afeminamiento, quizá derivado de que llevaba una malla de ciclista. Desistí rápidamente de hacer una apología sobre la no discriminación por razón de género o identidad sexual con aquel cenutrio, y nuevamente opté por la retirada estratégica».

Entonces mi amigo concluyó abruptamente la conversación:

«Yo que creía que de esta saldríamos mejores… ¡Y un mojón!». Manuel Blanco Ons

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