Iago López Marra: El sonense que conquistó el mar y el viento

antón parada RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

MARCOS CREO

Junto a su compañero Diego Botín, ha clasificado a España en 49er para los juegos de Tokio 2020

22 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay historias que parecen haber sido escritas antes de acontecer, como si el destino realmente pudiese tejerse y alguien hubiese elegido ya los hilos. De ser así, la de Iago López Marra inevitablemente llevaría por tinta la sal del mar y en el telar el viento haría ondear una gran vela. Puede que nada raro para quien, junto a su compañero Diego Botín, acaba de volver a clasificar a España para disputar los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en 49er -como hicieron en Río 2016-, tras un durísimo mundial en Auckland.

No obstante, hubo un tiempo en el que pocos hubieran dicho que el también ganador de dos oros y un bronce europeos acabaría siendo uno de los máximos representantes del mundo en la élite de la vela olímpica. Esta es la historia de cómo antes López Marra tuvo que conquistar el mar y el viento sin más secreto que el trabajo y el esfuerzo. 

El bautismo

Lo cierto es que los padres de López Marra no habían tenido nunca gran contacto con el mar, pero fueron clave en su idilio con este. Su profesión les llevó a Portosín donde, a finales de los 90, el por aquel entonces presidente del Real Club Náutico de Portosín le propuso al padre un trato. Si él les ayudaba dando clases de tenis, le devolverían el favor abriéndole las puertas de la entidad. Así fue cómo el pequeño Iago tuvo su bautismo de mar a la edad de 11 años, algo más tarde que la mayoría de chicos que se inician en la vela.

«Me acuerdo como si fuese ayer, dejé atrás los pantalanes del náutico y luego llegó esa sensación especial, de disfrutar de la naturaleza, que me ha acompañado hasta el día de hoy», recordó el regatista olímpico de la primera vez que se subió a un optimist y se entregó de lleno a la ría. Aquel fue el comienzo de una pasión desmesurada por todo deporte que le permitiese al joven canalizar el viento o domar el oleaje. Así, se curtió en disciplinas como el windsurf y el surf.

Contra todo pronóstico, y comparado con sus compañeros, López Marra reconoció riendo «era al revés, de todos ellos yo era el malo». Sí, pero también era el chico que acudía todos los días de la semana al Náutico, buscando cualquier pretexto, ya fuese para cuidar de la embarcación o simplemente pasear, y no solo el fin de semana para navegar. La pasión que convirtió a dichas instalaciones en su segundo hogar no tardó en marcar la diferencia.

El verdadero punto de inflexión del sonense llegó en el 2009, cuando ingresó en el Centro de Alto Rendimiento de Vela de Santander y conoció a su actual compañero de equipo, Diego Botín: «Desde el primer momento vi algo en él». Por aquel entonces, López Marra compaginaba su carrera deportiva con los estudios de Ingeniería Naval. Y en el centro cántabro llegó a tener hasta tres parejas deportivas, pero cuando se licenció ninguna le había marcado tanto como para ver un futuro claro en la vela olímpica. Así que hizo lo que mejor sabía, se marchó a navegar.

Hacia la cima

Iago López se había labrado un gran nombre compitiendo en Italia, en regatas de grandes embarcaciones, hasta que en noviembre del 2014 recibió la llamada que lo cambiaría todo. Botín le ofreció ser su compañero en el camino a las olimpiadas de Río de Janeiro: «Fue una decisión complicada y fácil al mismo tiempo. Si sabes que te vas a arrepentir no puedes decir no».

En tiempo récord y ante el gran nivel de otros candidatos españoles como los hermanos Paz o los Alonso, ambos regatistas completaron unas temporadas dignas de enmarcar. Poco a poco fueron mejorando hasta lograr la plaza olímpica y en el 2016 alzarse con el noveno puesto en Brasil y más ganas de soñar y luchar.

Con un vínculo más fuerte todavía gracias al trabajo de su nuevo técnico, el dúo buscaba la llave de Tokio 2020 el año pasado en Dinamarca. No lo consiguió, pero todavía le quedaba el mundial de Auckland. En Nueva Zelanda ambos hicieron historia. Tras entrar en la competición en puestos inferiores al 30 en un mal comienzo, los regatistas remontaron hasta acceder al grupo oro de novenos y llegar a la última jornada sin nada en firme.

Al día siguiente quedaron cuartos a solo un punto de los terceros: «Nos daban igual nuestra carrera o méritos. Solo importaba clasificar a España y al conseguirlo nos sentimos como si hubiésemos ganado». Ahora, toca otra conquista, la de las duras y cambiantes aguas de Tokio.