Por si bailamos

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

25 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

He sido un veterano del alba. Solo había que olerme para saber que he cerrado más bares que el Ministerio de Sanidad. Pero el coronel ya tiene quien le escriba y, aunque luzco orgulloso el corazón púrpura en el ojal, ya no ejerzo de boina verde en las misiones suicidas de la madrugada. Siempre he sido soldado de barra y no de baile, más de Hemingway que de Shakira.

Hace 14 días le pregunté a mi hermana qué tal estuve en mi baile nupcial con Mercedes: «No te desplazabas, estabas fijo en una baldosa como un menhir», dijo ella. «Especialista en danza estática, con el empaque del David de Miguel Ángel», escuché yo. Al bailar una espectral barra de taberna me brota del codo y giro sobre ella como un cataviento.

Este viernes en Venecia una chica tocaba el violín frente a la basílica de San Marcos. Me quité la mochila al pararme a escucharla. Mi mujer me preguntó que qué llevaba en la mochila. Una baldosa. Me miró con cara de rapero de Detroit. Es una baldosa que le pedí a Alberto, el del Baiuca. «¿Para qué?», preguntó. «Bueno, a lo mejor nos entran ganas de bailar, y el mejor sitio era nuestra baldosa. La llevo siempre conmigo. Es pequeña. Es de los dos. Por si bailamos», respondí.

Hay quien muere sin haber visto el mar, sin inventar historias ridículas, sin bailar muy juntos en una baldosa, sin ver Rocky, sin haber clavado en la playa una cruz hecha con palitos de helados de fresa para despedirse de una sardina, sin ser catadores de lo minúsculo y perdiéndose los tesoros atómicos que la vida deja entre cuchillada y cuchillada. Todos morimos, pero unos más que otros.