Heroica travesía del Homeward Bound

Juan Campos

BARBANZA

cedida Juan Campos

Los noruegos Ingvald y Bernhard Nilsen y Olsen recalaron en Corrubedo en su viaje en barco entre Durban y Dover

02 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Un gran tiburón, que medía unos cinco metros de largo, había estado nadando alrededor del barco durante toda la guardia, y en varios momentos ha intentado hacerlo zozobrar, pero afortunadamente para nosotros el Homeward Bound pesa demasiado. Aun así es maravilloso sentir la fuerza que tiene mientras levanta en vilo la popa del barco seis pulgadas».

Así describía el noruego Ingvald Nilsen uno de los peligros vividos en compañía de su hermano Bernhard y su amigo Olsen durante la travesía de 11 meses que realizaron en un velero abierto de apenas siete metros de eslora, desde Durban en el Índico, hasta Dover en Inglaterra. La primera vez en la historia que un barco tan pequeño y vulnerable recorría de sur a norte el Atlántico desde más allá del cabo de Buena Esperanza hasta el puerto inglés. Su hazaña ha sido rescatada del olvido por Abdón Dorca en su blog Barpequeno: Corrubedo como nunca lo has visto.

Los tres noruegos comenzaron la construcción del barco en Witzies Hoek, 250 millas tierra adentro en Sudáfrica, el 5 de diciembre de 1885. Una vez acabado, lo transportaron en un carromato tirado por 18 bueyes sobre las montañas del Drakensberg hasta Durban. El 1 de mayo de 1886 se hicieron a la mar.

Tras doblar el cabo de Buena Esperanza y recalar en Ciudad del Cabo, donde fueron agasajados y despedidos con los tres hurras de rigor, ascendieron por el Atlántico soportando innumerables temporales y todas las inclemencias del tiempo. Eran tres hombres religiosos y todos los domingos a las 11 de la mañana rezaban el servicio dominical. Solo recalaron en la isla de Santa Helena, donde visitaron la tumba de Napoleón, y en las Azores, donde disfrutaron de atenciones y agasajos como héroes.

Más temporales

Después, hubo más temporales, carencia de víveres y de agua, humedad permanente, enfermedades, amenazas de tiburones o ballenas y una encantadora visita de unos canarios que llegaron a posarse sobre sus brazos.

El 10 de febrero de 1887 arribaron a Corrubedo, obligados por el viento, que les impidió doblar Fisterra o entrar en Muros. El barco arrastraba en su obra viva enormes cantidades de percebes y algas adheridos a sus maderas que dificultaban su navegación.

Una embarcación se acercó a intentar remolcarles, creyendo que eran náufragos, con la esperanza de cobrar el rescate. Las casas mal encaladas de Corrubedo y sus gentes les parecieron míseras. Pero fueron recibidos con hospitalidad. Un día visitaron el faro, cuya lente encendió el viejo farero, seguidos por una muchedumbre de mujeres y niños. Dos curas les invitaron a vino, pescado y «conja» (coñac).

Necesitaban dinero para sus provisiones y Nilsen intentó recibirlo de los cónsules noruego e inglés de Carril y Vigo. Su viaje a Vigo fue una odisea casi tan trabajosa como su travesía oceánica: a pie por dunas y rocas varias horas hasta Ribeira, en vapor a Carril, en diligencia a Pontevedra y en tren a Vigo. Pero las dificultades del idioma hicieron que un pasajero indicase al noruego que se apease muchos kilómetros antes de ciudad viguesa, seguramente en Redondela, y tuvo que terminar a pie.

En busca de dinero

Los cónsules se mostraron reacios a ayudar y Nilsen se vio obligado a mendigar el dinero del regreso a Corrubedo. Para conseguir dinero, tuvieron que malvender un rifle, un revólver y un catalejo. Es posible que en alguna casa de esta parroquia ribeirense se encuentre aún alguno de ellos.

Más de dos semanas después zarparon de Corrubedo y recalaron en Camariñas. Allí les socorrió con víveres un capitán español que hablaba inglés y que les despidió poco tiempo más tarde agitando largo tiempo su pañuelo desde el balcón de su casa.

Días después fondearon a una milla del puerto en Cedeira, pero se les acercó un bote de aduaneros y uno de ellos se comportó rudamente, revolviendo lo poco que había a bordo. Furiosos, los noruegos lo agarraron por las piernas y lo arrojaron al bote. Cuando este se hubo alejado a una distancia protectora, los vigilantes prorrumpieron en una catarata de insultos amenazando con volver.

El Homeward Bound zarpó de madrugada para ahorrarse la antipática visita y tras nuevos temporales en el golfo de Vizcaya finalizaron su hazaña el 28 de marzo en Dover. Las imágenes del barco y sus tres tripulantes aparecieron en las revistas ilustradas inglesas. El Homeward Bound fue adquirido para ser exhibido en el Crystal Palace al sur de Londres y seguramente se quemó en el incendio que destruyó el gigantesco pabellón en 1936.

La estela del capitán Nilsen y su hermano se pierde desde ese momento. De su amigo Olsen se sabe que regresó a vivir a Sudáfrica.

Los tres jóvenes visitaron el faro seguidos por una muchedumbre de mujeres y niños