Javier Babé: El Don Quijote que llegó a la Antártida en velero

Maruxa Alfonso Laya
m. alfonso O GROVE / LA VOZ

BARBANZA

CAPOTILLO

Navegar es para este hombre «un vicio que crea adicción» y en La Peregrina ha cruzado 35 veces el Atlántico

13 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que la Antártida ni siquiera estaba considerada un continente. «Cuando yo era un bachiller, solo había cinco continentes y la Antártida no era uno de ellos, y eso que es el cuarto más grande», recuerda Javier Babé. Sabe bien de lo que habla. Porque él formó parte de la primera expedición española a esas tierras. A ellas llegó como capitán de su goleta de tres palos, Idus de Marzo, con un objetivo claro: dar a conocer la región en España. Lo consiguieron. «Fue una quijotada, pero como el viaje tenía un toque romántico conseguimos mucha repercusión en los medios», relata. No es esta su única proeza. Hace años que el mar le convirtió en un lobo de mar. Y eso que es de tierra adentro, de una ciudad cuyo nombre no le gusta decir. Para él, «navegar es un vicio que crea adicción» y en La Peregrina, su velero, ha cruzado ya 35 veces el Atlántico. La próxima será este verano. Mientras, se conforma con viajar por Madeira y las Canarias.

«Con 26 años estaba mandando un barco y creía que había cumplido ya mi objetivo», recuerda Babé. Por eso decidió tomarse un año sabático en su carrera de marino mercante. Fue ahí cuando llegó al mundo de la vela, que lo atrapó para siempre. «Es una vivencia, viajar solo impulsado por el viento. Y tiene un toque romántico, aventurero. Tienes un poco la sensación de estar en otra época, de estar en contacto con los grandes navegantes, que fueron los que hicieron evolucionar a este mundo». Porque España «fue un impero gracias a la navegación a vela. El control de los mares daba el control geopolítico del mundo. Y todavía es así. El 90 % de las mercancías se mueven por mar».

Así que, con 30 años, este marino se vio «intentando buscarme la vida con lo que era mi pasión: la vela y las expediciones». Cuando a sus manos llegó la idea de viajar a la Antártida lo tuvo claro: «Era un caramelo demasiado bueno para no comerlo». La propuesta fue de un magnate de la industria del turismo español. Proponía patrocinar una expedición al continente helado, en el velero que Babé estaba construyendo, que llevara a los primeros expedicionarios españoles para dar a conocer en el resto del país la importancia de esta región y la necesidad de la presencia española.

Ni bases ni centros de estudio

De hecho, de aquella, en la Antártida no había ni bases del ejército, ni centros de estudio. Él fue el armador del barco, el Idus de Marzo, un velero de 32 metros de eslora y tres palos. Solo su construcción fue toda una experiencia. «Era un barco con muchas condiciones de seguridad, tardamos dos años en hacerlo, pero fue muy instructivo porque ves como una idea que surge de tu cabeza se hace realidad». Corría el año 1983 cuando partieron. «Fue una quijotada, una aventura porque, entre otras cosas, perdimos el tiempo de verano, tuvimos problemas administrativos que nos hicieron salir tarde. Cuando llegamos a la Antártida estaba empezando el invierno austral y las condiciones meteorológicas eran muy malas». Sin embargo, «la expedición fue un éxito rotundo, porque la finalidad era dar a conocer la Antártida, que era muy desconocida. Y gracias a que fuimos en velero, que le da un toque romántico, tuvimos mucha repercusión en los medios de comunicación». Es más, considera que «el viaje del Idus de Marzo fue el detonante que sirvió para concienciar a las Administraciones de la importancia de la Antártida».

De la travesía guarda un sinfín de recuerdos. De España partieron ocho tripulantes que en Chile recogieron a los 15 expedicionarios que los acompañaban. «Hubo momentos muy difíciles por las fechas. La Antártida, a partir de mediados de enero ya empieza a ser un problema. Y nosotros fuimos a finales de febrero». Otro aspecto negativo es que «económicamente fue un muy mal negocio y, de hecho, al acabar la expedición todo eran números rojos», manifiesta.

Desde aquella aventura, Babé no ha parado de navegar. Vive entre tres puertos: Isla Culebra, en Puerto Rico, Isla das Flores, en Azores, y O Grove. Las travesías del Atlántico le llevan a pasar los inviernos en el Caribe, los veranos en Azores y los otoños en Galicia, en O Grove. Allí lo encontramos solo unos días antes de que vuelva a embarcar. Una operación de rodilla lo ha mantenido en tierra demasiado tiempo y el mar le llama. A estas alturas, seguro, estará ya en Madeira.

El viaje en velero fue duro porque llegaron cuando estaba empezando el invierno austral

Económicamente, la expedición al continente helado fue un muy mal negocio

charla en bremen

Babé contó esta semana su experiencia en la Antártida en un ciclo de conferencias organizado por el Museo de Ultramar de la ciudad alemana de Bremen, con la colaboración de Instituto Cervantes. Allí hizo un llamamiento a conservar en la memoria histórica esa primera expedición al continente helado.