Tan solo los sábados

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

29 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Es el cerebro un órgano cruel cuando decide irse. No seré yo quien lo juzgue, bastante tendrá ya con sus neuronas y sus cosas, pero reconozco que me duele ver a mi esposa con los ojos flotando en el vacío. Su cerebro se fue y ella se hundió en sí misma, en la sombra de la desmemoria y la ausencia. Para ella no existe el tiempo, solo su mirada trabada entre fantasmas. Al principio no entendimos aquello de «enfermedad neurodegenerativa»; hoy, yo lo entiendo dolorosamente por los dos.

Cada día me despierto, la levanto, la baño, la visto y la siento en el salón con la tele encendida. Me marcho a trabajar y cuando vuelvo ella sigue en la misma posición, el mismo canal, mirando sin ver como abro la puerta e intento no llorar. Hablo con ella todo lo que puedo y a las once la acuesto. «Ojalá la vida no fuera así. Ojalá la vida no fuera». Y entre terribles ojalás me duermo hasta que suena el despertador para repetir el proceso cada mañana.

Tan solo los sábados vuelve a la vida durante unos minutos. A las nueve de la noche suena la canción Noches de bohemia en su viejo móvil; la tenía fijada como una alarma semanal que nunca llegó a desconectar porque teníamos un pacto: a partir del sábado a las nueve, el tiempo era para nosotros. Así que cuando suena esa canción en aquel móvil al que ya nadie llama, ella escapa de la bruma. Se levanta con dificultad, dice «sube el volumen, Emi», me abraza y, antes de que su cerebro vuelva a irse, se queda mirándome con una sonrisa, esperando a que le pregunte -como aquella vez hace tantos años- si le gustaría bailar conmigo.