Pepe mató a Kennedy

José Vicente Domínguez
José Vicente Domínguez LATITUD 42º-34?,8 N

BARBANZA

04 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Verán; serían alrededor de las dos y media de la madrugada de un viernes después de luna llena, cuando, tomando unas copas (recuerdo que yo había empezado con unos chupitos de la casa y luego me pasé al gin tonic pues tenía la boca seca), escuché claramente como uno de los asistentes a aquella larga cena soltó: «Os voy a decir algo: a Kennedy lo mató Pepe». Me quedé perplejo. Y, sin que se me entendiera muy bien por la ingesta de alcohol que llevaba encima, atiné a preguntarle: ¿Cómo es que lo sabes? Y su respuesta me dejó más atontado de lo que ya estaba, por los varios chupitos y las cuatro ginebras con tónica que me había metido entre pecho y espalda. Dijo: «Porque Pepe es maricón...». Sí, así mismo lo soltó.

Estábamos en un restaurante cojonudo de Corrubedo. Nos había invitado (aunque luego supe que él no había pagado la cena ni las copas) un tipo con una gorra, al que le habían concedido una medalla por los servicios prestados como comisario de asuntos oscuros o algo así. Yo me había apuntado al cotarro a instancias de un amigo mío, juez magistrado, también presente. Y, aunque sucedió hace unos nueve años, recuerdo bien que nuestro condecorado anfitrión, cuando tal escuchó, haciéndose el loco, como si la cosa careciese de importancia, y moviendo sospechosamente su gorra (no se la quitaba nunca pues decía que padecía un lupus cerebral), preguntó: «¿A Kennedy, el presidente?» Y una mujer, la única que compartía mesa con nosotros, le respondió con sonriente naturalidad: «No va a ser al maricón, digo yo». Y toda la mesa, aunque no se enteraba de nada, al escuchar la palabra maricón soltó una borrachuza carcajada.

El comisario, al que le traían las copas ya servidas y que por dicho milagro aparentaba más sereno que todos nosotros, viendo el alegre y dicharachero estado de la mujer, me pareció que le decía en tono confidencial: «Me gustaría contrastar la información de este tipo con mis chicas modelos espías y que le aplicasen el método vaginal… verías como le sacaban todo, todo…».

Y, a pesar de mi estado etílico del grado Ernest Hemingway, pude darme cuenta de como la mujer asentía con cara de asco mientras se dirigía al guardarropa, y el comisario volvía a tocarse la gorra sospechosamente.