Disfrutar de la comarca a mil pies de altura

Xoán R. Alvite MAZARICOS / LA VOZ

BARBANZA

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Un paseo en avión permite descubrir la gran belleza natural que atesoran todos los municipios de la zona

24 jun 2018 . Actualizado a las 21:37 h.

A vista de pájaro, la comarca todavía es más bonita. Los que hayan tenido la suerte de disfrutarla desde lo alto, a buen seguro se habrán emocionado con la belleza de nuestras costas, la hermosura de las playas o el color especial de los montes con las primeras luces de la mañana. El encanto de docenas de pequeños núcleos, rodeados de grandes superficies verdes o de otros donde el azul del mar se funde prácticamente con las casas.

A mil pies de altura -poco más de 300 metros- la ría de Muros-Noia es una postal mírese por donde se mire. Demasiada hermosura para disfrutarla de golpe en la hora escasa que lleva, partiendo del Aeródromo de A Fervenza en Os Vaos, sobrevolar los cielos de Outes, Noia, Porto do Son, Muros, Carnota, antes de volver a aterrizar en Mazaricos.

Lo primero que llama la atención de la zona más al interior son las inmensas praderías y la densa vegetación. Grandes plantaciones forestales que, en algunas zonas, ni siquiera permiten divisar las distintas carreteras que, al igual que los ríos, van serpenteando montaña abajo hasta llegar a la costa.

Sorprende la grandeza del mar bañando Noia, que solo interrumpe la figura del nuevo puente atirantado que parece flotar sobre las aguas. Especialmente hermosos desde arriba son núcleos como Esteiro, Portosín o Muros, con sus vistosos puertos pesqueros y deportivos, o playas como las de Boca do Río, Louro o Ancoradoiro.

Parques de bateas

Desde un pequeño ultraligero a 60 millas por hora -apenas 100 kilómetros- incluso asombran obras realizadas por el hombre como los parques de bateas repartidos por la ría o la planta de cría de rodaballo ubicada en la localidad carnotana de Quilmas.

Ya de vuelta a la base bordeando la costa -a la cola del avión pueden divisarse cerca de una docena de pesqueros en plena faena-, sobrecoge la grandeza del Pedregal do Pindo. El Olimpo Celta todavía impresiona más desde la parte mazaricana, donde se puede divisar cómo el río Xallas camina impasible hasta su desembocadura en el mar en O Ézaro. Paradójicamente la famosa cascada, a 800 pies de altura, resulta insignificante en comparación con la inmensidad del océano que puede divisarse desde la otra ventanilla.

Solamente al aterrizar, solo cuando ya se llevan varios minutos con los pies en tierra firme, se es consciente de la belleza del sitio en el que vivimos. De la obligación de cuidarlo y valorarlo. También de la necesidad que, a veces, tenemos de alejarnos de las cosas para apreciar su grandiosidad.

Sobre todo, de la inmensa suerte que tienen los pájaros y que tanto fascinaba al poeta vietnamita Nguyen Gia Kieng: «En nuestra próxima existencia nos cuidaremos mucho de no ser humanos. Seremos dos pájaros volando bien alto en el cielo. Las nieves deslumbrantes, los mares y los ríos, las montañas y las nubes, los rojos polvos del mundo; los miraremos desde lo alto como si nunca nos hubiésemos caído».

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