La vida a 600 metros sobre el nivel del mar

Marta Gómez Regenjo
Marta Gómez RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

MARTA GÓMEZ

Cerqueiras, Campelo y O Vilar son los núcleos más elevados de Rianxo, y en ellos quedan vecinos que reivindican su lugar: «Na aldea hai que vivir coma na aldea». Y punto

29 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la mejora de las infraestructuras, con el avance de las nuevas tecnologías y con la globalización podría decirse que en el mundo actual, al menos en los países que se consideran a sí mismos desarrollados, no hay distancias. Sin embargo, sí hay distintas velocidades a la hora de vivir, y eso se percibe perfectamente cuando uno se eleva más de 600 metros sobre el nivel del mar y se introduce de refilón en el modo de vida de los habitantes de los núcleos situados a mayor altitud.

Las aldeas más elevadas de Rianxo se encuentran casi en la cima del pico Muralla. Son O Vilar, Campelo y Cerqueiras, y dominan desde su posición toda la ría de Arousa. Las vistas sobre el valle sobrecogen, y solo se escucha silencio. Así que, cuando a los contados vecinos que pueden encontrarse una mañana cualquiera ocupados en sus quehaceres o tomando el fresco se les pregunta sobre cómo es la vida en esas latitudes, no extraña la respuesta: «Aquí vívese moi ben, moi tranquilos».

Que no hay estrés y que la vida se ve de otra manera a 600 metros sobre el nivel del mar queda claro cuando lo primero que uno ve cuando llega la aldea de O Vilar es a una mujer tirando de una burra. Otilia comienza a contar de inmediato cómo son las cosas en la cima del municipio rianxeiro y cómo eran cuando ella, a punto de cumplir los 70, era una cría. «Agora vén o autobús ata aquí para levar os nenos á escola, pero nós íamos a andar ata alá abaixo de todo no Araño. Cando chovía chegabamos todas molladas e metíannos a roupa no forno da panadaría para secala. Eu acórdome de todo iso de antes, téñoo moi presente», advierte.

Enfrente a O Vilar, al otro lado del valle, está Bustelo, que pertenece a Dodro y con el que antaño los vecinos tenían una gran relación. De hecho, explica Otilia que esa aldea en su día perteneció a Rianxo: «Contaban na miña casa que hai moitísimos anos había un defunto, pero non puideron atravesar o regueiro que hai alá embaixo no val porque estaba todo inundado e tiveron que ir para Dodro, e xa quedaron alá».

Ocupación principal

A Otilia se le notan las ganas de hablar, y sigue relatando anécdotas, detalles de su vida y de sus achaques mientras la burra se entretiene rumiando la hierba que crece junto a la pista: «Voulle dar de comer. Eu na casa sen facer nada non podo estar, a casa cómeme, e ando ocupada na eira. Semento algo as leiras por ter algo que facer».

Los animales y las fincas son la ocupación principal de los residentes en las aldeas de la montaña, al menos de los de mayor edad, porque los jóvenes que hay «traballan por aí e non veñen máis que a durmir». Una mujer de Campelo que dirigía a un pequeño rebaño de ovejas lamentaba que cada vez son menos vecinos: «Nas aldeas non quere quedar ninguén. Os poucos mozos que hai van traballar fóra porque as leiras non dan para vivir, ata son malas para traballar coa pendente que teñen».

Una anciana se excusaba en su mala salud para no dar su punto de vista: «Ha de haber alguén na aldea que che fale». Pero lo cierto es que no hay demasiados vecinos con los que cruzarse. Y es que la sangría poblacional que vive Galicia, y sobre todo los municipios más rurales, no es ajena a estos núcleos. Aunque quienes siguen residiendo en lo alto de la montaña reivindican su lugar en el mundo: «Na aldea hai que vivir coma na aldea, e no pobo hai que vivir coma no pobo. Está claro que na vila hai máis comodidades, pero a aldea tamén ten as súas vantaxes», sentenciaba Carlos, que reside con su mujer en Cerqueiras.

La despoblación

De las 11 casas que estaban habitadas en el lugar hace años, quedan ocupadas media decena. En O Vilar llegaron a ser 16 vecinos, pero quedan 11, y entre Campelo y A Varela, que están prácticamente pegadas, quedan ocho hogares. Y los residentes lo asumen con resignación: «Os vellos morreron, os fillos marcharon e as casas quedaron baleiras».

Porque la vida no es fácil a 600 metros sobre el nivel del mar y a quince minutos de distancia de la «civilización» por diez kilómetros de carretera estrecha, con baches, con grandes pendientes y con curvas que dibujan ángulos rectos. Aunque, como recuerdan quienes viven en ese remanso de paz, «antes non había nin estrada e só se podía ir andando e co carro, pero hoxe en día cos coches xa non hai distancias».

«Para chegar aquí antes só había unha pista forestal e non pasaban dous coches ao par»