El aplauso de los necios

Maxi Olariaga MAXIMALIA

BARBANZA

matalobos

22 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo dice el viejo refrán español: «Ruin consuelo, el aplauso de los necios». Los refraneros, esos dichos que vienen rodando montaña abajo desde los cielos de todas las civilizaciones que son y han sido, no son sino campanadas de aviso, gritos en el silencio de la historia, alertas encendidas en la negra noche que compartimos desde hace ya tantos años. Quienes nos precedieron dejaron escritas en las estrellas del privado universo de nuestras almas las palabras necesarias para lograr la igualdad y la fraternidad entre las gentes que errantes vagamos por este mundo sórdido y podrido del que nos ha tocado saborear su amargura. Somos recalcitrantes y contumaces en el error y emprendemos la carrera hacia ninguna parte llevados por las frágiles alas del egoísmo, la insolidaridad y el desprecio por la vida ajena.

Los pequeños y miserables triunfos que creemos lograr y que no son otra cosa que hojarasca despreciable de una malhadada primavera, los exhibimos en público al mediodía, cuando el sol con más potencia hace que nuestro yelmo de hojalata relumbre hasta cegar a nuestros compañeros de viaje. Nos exhibimos como pavos reales mostrando el dinero que nos convierte en respetables o las sedas que visten nuestras desvergüenzas más íntimas. Los necios aplauden nuestras hazañas pagando así la ovación que nosotros mismos, días atrás, regalamos a otro de los hoy rendidos cuando nos mostró las ínfulas podridas de sus pretendidas victorias. Así, de engaño en engaño, de simulación en simulación, nuestra vida se va por el carril de las vías muertas hasta perecer por una excesiva dosis de soberbia en el helado desierto de nuestras noches sin luna ni estrellas.

Nos idealizamos, nos creemos dioses aceptando el letal y tóxico aplauso de los necios y aquel niño que fuimos, un ser humano a estrenar, se despieza por el camino sin dolor ni sentimiento de culpa alguno. Aquel ser humano a estrenar, que bailaba en los labios de nuestros padres la danza del futuro perfecto, se precipita barranco abajo trazando espirales de rosas putrefactas y vencidas por la crueldad del invierno en el que vivimos.

¡Qué estúpidos hemos llegado a ser! En vez de cultivar la huerta de la alegría, las flores de la inocencia, los herbales de las almas limpias, regamos con abundancia el cereal de la envidia, el fruto de la soberbia y las flores de la ira. Todo para exhibir ante el vecino la opulencia de nuestro jardín. De eso se trata. De que el vecino vea la belleza de nuestras obras y sea cegado por el lujurioso colorido de nuestras obras. Todo menos que pueda apreciar tras el telón del engaño, la tierra contaminada por los vicios del alma sobre la que crecen las alas multicolores de nuestra mariposa hipócrita.

Toda una vida así. Buscando el engaño, guardando las apariencias, defraudando a nuestros semejantes y comprando y vendiendo. Comprando y vendiendo aplausos, sonrisas, palabras y artificios. Toda una ceremonia del fingimiento que nos ha convertido en marionetas unas veces y en público otras en este sangrante y vergonzoso espectáculo en el que hemos convertido las relaciones personales. Algo me dice que estamos tocando fondo y que la rebelión de los necios se acerca. ¿Quién nos aplaudirá entonces? Nadie quedará para contarlo.