El sentido de la Illa

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

29 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tengo un don innato para la inmadurez que me hace llegar tarde hasta a mi propio cretinismo. Cuatro años después de haberlos cumplido me llegó, hace unas de semanas, la crisis de los treinta y, en pleno desayuno, me dio por untar todos los ¿qué he hecho con mi vida? en la tostada. Me la comí así, sin mermelada. ¿Recuerdan cuando Britney Spears se rapó la cabeza y la emprendió a paraguazos con el mundo? Pues yo me sentía a milímetros de ese punto. Hit me, baby, one more time.

Pero desgraciadamente (aún) no soy la princesa del pop y tenía compromisos que cumplir, entre ellos ir a trabajar y luego una comida con el Ateneo. Fuimos a Aguiño, a un bar del puerto, el Illa de Monteagudo, que resiste cual falange espartana las embestidas del mar y del postureo de estos tiempos modernos. Y allí, melancólico, me puse mi careta más graciosa para no parecer el amargado que soy. Estábamos sentados en unos taburetes de madera (son robustos dólmenes que sostienen parte de la historia de bravura y salitre de Aguiño), afuera había un temporal. Poseidón, furioso; el océano se agita, abofetea la lluvia a las ventanas y vibra una sombra de lágrima en las córneas.

Al Illa entré preguntándome el sentido de la vida. Y allí, protegido del iracundo mar, entre rica comida y viejas leyendas de marineros, la pregunta se fue diluyendo. La tristeza es un bar. Y la felicidad. Y la soledad y la amistad. La vida, al fin y al cabo. Un lugar de honestidad desnuda que no precisa frivolidades, solo una buena compañía dispuesta a brindar con el colérico Poseidón, es el sentido de la Illa.