Los nombres que no caben en sus placas

Antón Parada

BARBANZA

09 dic 2017 . Actualizado a las 05:05 h.

Los lugares en los que vivimos dicen más de su historia que lo que alcanzamos a ver con nuestros ojos. Esta es una lección que aprendí durante mi corta estancia de un año en el barrio madrileño de Lavapiés. Uno de sus grandes edificios, la biblioteca de las Escuelas Pías de San Fernando, cuenta con una azotea cuyas alturas dan acceso a una privilegiada vista de las históricas corralas y el laberinto de callejuelas.

No tardé en convertirme en un visitante asiduo, pero sí en conocer la historia de la cúpula que corona la que otrora fuera un colegio religioso. En los caóticos momentos previos al alzamiento fascista del 1936, fue utilizado como polvorín para formación militar por parte de falangistas. A partir de ese momento, los datos históricos se emborronan con la propaganda de la Guerra Civil española y no está claro si el inmueble fue asediado, expoliado e incendiado por milicianos de la CNT, a razón de que se habría atrincherado un grupo de golpistas y abierto fuego, o bien por ese maldito calor republicano que se tradujo en la destrucción de patrimonio cultural irrecuperable. Entre nosotros, estimados lectores, a mí me gusta creer la primera.

A escasos metros del restaurado edificio, se halla también una de las escasas fuentes que conservan el emblema de la Segunda República. Sin embargo, este es el único caso que puedo nombrar, frente a todos los yugos y flechas que he visto por las calles de la geografía española, ya fuese en esos bloques de programas de viviendas sociales franquistas o a lo largo de lavaderos y otros espacios similares. Ambos iconos forman parte del pasado de un mismo pueblo, pero existe una diferencia fundamental. Uno representa a un gobierno elegido democráticamente y el otro a uno impuesto a sangre y fuego.

No recuerdo una normativa aprobada que se haya topado con más obstáculos que la Ley de Memoria Histórica -quizás la del matrimonio homosexual, antes de que un conocido partido cambiara el diseño de su logotipo-, pero fuera del campo de batalla político y la protección de monumentos y otros bienes de interés cultural, la traba que más me ha sorprendido ha sido la del ciudadano de a pie. A día de hoy no logro comprender, ni soportar, cómo pueden pronunciarse frases del tipo de «só é un símbolo, non é para tanto» o «¿como vas quitar esa placa se sempre estivo aí?». Sí, mas bajo ese tenue rastro dictatorial se hallan nombres de ausentes. Obreros, maestros y políticos que fueron invitados a dar su último paseo en la longa noite de Ferreiro. Se esconden los nombres de boirenses que amanecieron colgados, con la espuma del ricino aún en la boca. Pero son demasiados nombres para caber en sus placas.