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Acabamos de pasar un plácido, seco y atípico verano. Y a partir de ahora, para los titulares o usuarios del Club Náutico de Ribeira, empiezan las tribulaciones. Sí, eso: las congojas, las penas y las adversidades, de ver como los barcos de los atraques exteriores coirean de manera alarmante contra pantalanes y fingers, rompiendo amarras, arrancando gateras y descoyuntando cornamusas. Tan pronto como aparezcan los primeros vientos fuertes de componente norte, los usuarios de los últimos pantalanes, pedimos a los diferentes dioses que, el eufemísticamente llamado pantalán de abrigo, no se nos venga encima y haga una cantera. No sé qué gestiones se hicieron o se están haciendo para conseguir un verdadero dique de abrigo para nuestro náutico. Vemos como se habilitan partidas presupuestarias para otros náuticos, muchos de ellos de corta existencia, mientras el de Ribeira, el de más atractiva ubicación como puerto deportivo de recalada y resguardo -por su proximidad a la entrada de la Ría de Arousa- carece de las mínimas condiciones y garantías de seguridad.
Eso sí, un barco como el de quien suscribe esta queja, paga un alquiler mensual similar a que si lo tuviera atracado en uno de los muchos puertos de Niza; más que si el atraque fuese en Port Calafat; igual que en Portbou e igual que en el puerto deportivo José Banús, en cuyos puertos se puede dejar el barco amarrado con una seneira. Y a mayor inri, sin tener la plaza en propiedad ni haber tenido que pagar la compra del finger.
Y ante estos precios comparativos y nuestras desastrosas medidas de seguridad, resulta que Portos de Galicia se lleva más del 40 % por el concepto de ocupación de «lámina de mar». Me gustaría que viniesen a medirla los días en que los marineros del náutico se juegan el tipo y los usuarios no ganamos para sobresaltos. José Vicente Domínguez es vecino de Palmeira