Domingo de fuego, humo y muerte

Gonzalo Trasbach
Gonzalo Trasbach IN(SOMNIUM)

BARBANZA

17 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Domingo negro. Interminable jornada de fuego y humo. Durante esas largas horas desiertas que a veces te sorprenden por las noches. Piensas en esta bendita esquina ardiendo por las costuras del litoral atlántico y de los valles interiores. Te cuesta comprender lo que está ocurriendo. Sabes que la gente que habita en las recónditas tierras del noroeste de un estado que vive días inquietantes y estremecedores es notablemente razonable. Que calla, pero sabe mucho más de lo que dice. Sí. Porque domina la más puntera de todas las tecnologías: la de los sentidos sensoriales. Sí. Porque además está dotada de un sexto sentido para la escucha de las corrientes subterráneas, para oír en mitad de la noche como alienta un silencio que nunca tiene sueño. Para captar los murmullos de los muertos, como Juan Rulfo percibe los difuntos arrastrando sus pasos por las polvorientas calles de Comala.

Cuando estamos en el tiempo de los fantasmas del otoño, de la humedad del alma: llega un viento seco y cálido del sudoeste. Angustia y desazón. Terror y miedo. Dolor, sufrimiento: cuatro muertos.

Un paraje desolador e infernal: laderas arrasadas, rocas ennegrecidas y reventadas, casas desbastadas, arruinadas, carreteras destrozadas…. ¿Qué coño ha pasado aquí para que ocurra esta catástrofe, para que se lleve a cabo un ataque tan demoledor contra la tierra y el arbolado, poniendo en riesgo la vida y las pertenencias de los habitantes de las poblaciones colindantes? ¿Qué perversa patología anida en los pechos de unos seres que viven normalmente entre nosotros, pero que luego, taimadamente, cometen estos actos terroríficos, criminales, que parecen casi organizados, coordinados?

Dicen que entre nosotros los muertos descansan poco (todos los instrumentalizan) y que el odio es una mercancía muy valiosa. También el fuego cuenta con sus secretos y devotos adoradores, criaturas que llevan volcanes ardiendo en sus corazones y que acostumbran a ser fieles a sus peores bajezas. Aliados con el viento cambiante que en la tarde dominical iba pasando las hojas secas caídas de los árboles, charamuscas incendiarias de los vivos en los libros de los muertos, sembraron el terror sobre un viejo territorio que se va consumiendo bajo las llamas año tras año. Reinaba una dulce quietud hasta el clamoroso estallido. Luego saltaron las chispas y después rezamos esperando oír el desplome de una lluvia que ya no soportamos.

El desierto avanza, avanza imparable. «Era la colina que visitaban los poetas. Ahora soy la tumba desolada de todas las aspiraciones», dice una voz anónima.