Los llantos envejecen mejor que el vino

Antón Parada CRÓNICA

BARBANZA

12 sep 2017 . Actualizado a las 17:47 h.

Hay un aspecto de todo lo que se escribe en el día de la vuelta al colegio que nunca me ha acabado de convencer. Lógicamente, los medios de comunicación nos dirigimos a los padres, pero tratamos a los niños como un sujeto pasivo muy cercano al género de documentales de animales. Esperamos agazapados con el bolígrafo y la libreta y les apuntamos con la cámara a la espera de alguna bella o curiosa reacción. Por eso quiero que me disculpen, porque hoy me dirigiré a aquellos a los que aún les faltan unas cuantas lecciones para comprender qué demonios serán todas esas letras juntas en ese libro tan grande que cambia cada día en casa y en los quioscos.

Pequeñas y pequeños, sé que hoy es vuestro primer día de clase y muchos tendréis miedo. Acabáis de llegar a un edificio gigantesco y habéis estado rodeados de niños mayores, protegidos únicamente por ese pequeño juguete que cuando lo apretáis fuertemente entre las manos os concede cualquier superpoder. Bien, ya podéis olvidarlo hasta el recreo y dejarlo en el cestillo de la profe con los de los demás compañeros porque no os hará falta. Acabáis de llegar al lugar que nunca olvidaréis, porque aquí es donde conoceréis a vuestros primeros amigos y donde os invitarán a vuestra primera fiesta de cumpleaños, para que ese reducido mundo en el que os movíais se agrande como lo hace el universo. En este patio marcaréis vuestros primeros goles y canastas, que os costarán unos cuantos arañazos en las rodillas. Seguramente os toque algún ratito en el rincón de pensar o en la biblioteca, pero sabréis encontrar el premio que se esconde entre las páginas de lo que creíais que era un castigo.

Tampoco podréis olvidar nunca, cada año, esa sensación de satisfacción y superación que llega al ir subiendo de nivel y haciéndoos mayores. Al final de ese mismo camino ascendente, las y los más afortunados puede que se sorprendan sonrojados en alguna esquina mientras le sujetan la mano y, aunque solo sea por unas horas o minutos, le pregunten: «¿Podemos ser novios?».

Y cuando llegue el momento de abandonar el edificio que os hizo llorar como descosidos antes de entrar por primera vez, la sucesión de todas estas imágenes avanzará tan rápido en el proyector de la memoria que no seréis capaces de percibir esa lágrima escurridiza sobre la mejilla, que esta vez sabrá a felicidad y añoranza.