Las contradicciones de la libertad

Antón Parada

BARBANZA

14 ene 2017 . Actualizado a las 12:22 h.

¿Nunca se han parado a pensar el porqué de la utilización del término liberal para designar a ese modelo económico y, por ende, social? Siempre me ha sorprendido la vinculación de esa derivación de la palabra libertad para después referirse con ella a verbos como privatizar. En realidad, las razones son fácilmente ojeables en un libro de historia -capítulos uno y dos de la revolución francesa y el parlamentarismo británico-, pero de toda la lista que engloba a las contradicciones del actual sistema capitalista me es sobradamente difícil escoger mi favorita. Podría decantarme por la defensa del darwinismo económico que sostiene la idea de que si una empresa no es capaz de adaptarse al entorno de mercado será superada por otra que sí lo haga. Hasta que rescataron a los bancos y a las autopistas.

Hoy no. En este día no es el momento de quedarse en la superficie. La controversia que quiero exponerles tiene que ver con el motor que alimenta los pretextos mencionados anteriormente: el papel de la libertad del individuo como eje central de la construcción del imaginario social. Somos libres para elegir si queremos burbujas o no en nuestro refresco. Somos libres para decidir si casarnos o no. Somos libres para escoger a qué dios adorar o no. Maldita sea, ¡hasta hay veces que somos libres de asesinar a otro ser humano en una guerra! Sin embargo, hay dos cosas sobre las que no tienen potestad, pero podrían tenerla en la segunda. Les hablo del billete de ida y el de vuelta. Les hablo de la libertad más personal y prohibida. Les hablo de la libertad de decidir cuándo y cómo morir.

Esta tarde se presentará oficialmente en Xuño a un grupo de valientes personas que siguen andando el camino que abrió el sonense Ramón Sampedro aquel 1998 y que el pasado jueves cumplió 19 años. Se trata de la sección barbanzana de la asociación Dereito a Morrer Dignamente, la punta de lanza de los que luchan por todos aquellos a los que su vida hace tiempo que le brotaron barrotes y cerrojos. Estas líneas están dedicadas a ellos por haber reunido el coraje de limar esas jaulas y de pronunciar en alto la palabra tabú: la temida eutanasia.

Siempre he percibido un poco de Sócrates en Sampedro. Es curioso que un puñado de siglos más tarde de su famosa muerte por cicuta, otro hombre tuviera que beber cianuro para enseñarle al mundo la más valiosa de las lecciones. Solo somos propietarios de nuestra existencia. Quizás por eso la iglesia católica consideró el suicidio un pecado históricamente. Y quizás por eso suelo pensar tanto en una frase que un gran amigo escribió hace tiempo: «Te prefieren vivo porque un muerto no paga facturas».